Oficina de causas.

Lo reconozco, siempre fui bastante vago, algo así como el “Nota” de la película de los Cohen. Desde muy joven llegué a la conclusión de que la vida carece de un sentido inteligible y que lo mejor es atravesarla sorteando complicaciones evitables como el matrimonio, la paternidad o el trabajo por cuenta ajena. Cursé una carrera, sí, pero más con el ánimo de no perderme la experiencia universitaria que de llegar a ejercerla en la edad adulta. Contando con la suerte de una generosa herencia en forma de propiedades inmobiliarias, pude ejercer mi verdadera vocación, vivir de rentas. Y así fueron transcurriendo los años, sin sobresaltos ni madrugones, con la única ocupación de pasear a mi perro, quedar con los amigos para tomar unas cervezas, ir al campo a ver los partidos de mi equipo de fútbol y organizar un viaje de cuando en cuando. Este limitado y poco ambicioso plan de acción se vio incluso reducido una vez que los amigos se casaron, tuvieron hijos y adoptaron el modo de vida más...