Oficina de causas.


 

Lo reconozco, siempre fui bastante vago, algo así como el “Nota” de la película de los Cohen. Desde muy joven llegué a la conclusión de que la vida carece de un sentido inteligible y que lo mejor es atravesarla sorteando complicaciones evitables como el matrimonio, la paternidad o el trabajo por cuenta ajena. Cursé una carrera, sí, pero más con el ánimo de no perderme la experiencia universitaria que de llegar a ejercerla en la edad adulta. Contando con la suerte de una generosa herencia en forma de propiedades inmobiliarias, pude ejercer mi verdadera vocación, vivir de rentas. Y así fueron transcurriendo los años, sin sobresaltos ni madrugones, con la única ocupación de pasear a mi perro, quedar con los amigos para tomar unas cervezas, ir al campo a ver los partidos de mi equipo de fútbol y organizar un viaje de cuando en cuando. Este limitado y poco ambicioso plan de acción se vio incluso reducido una vez que los amigos se casaron, tuvieron hijos y adoptaron el modo de vida más convencional. No lo consideré un drama, la soledad nunca me asustó y disfruté de un agradable estado de placidez hasta que un par de reveses financieros me obligaron a vender alguno de mis pisos y mi situación económica se hizo preocupante. Mi cuñada Esther, concejala por aquel entonces de unos de los dos partidos hegemónicos, me ofreció una solución durante una comida familiar. 

-Cuñado, tengo una ocupación para ti que quizás te pueda interesar. Creo que se adapta a tu perfil… es algo sencillo, en absoluto estresante, con un sueldo modesto pero digno y con horarios poco exigentes.

-Suena bien. Te escucho.

-Verás…como bien sabes, la sociedad actual es un verdadero fracaso. Aumenta el número de suicidios, de adicciones… la gente vive infeliz y empastillada hasta las cejas, encadena una baja laboral tras otra, sufre porque ve sus expectativas vitales insatisfechas y no parece que las redes sociales o Netflix sean capaces de paliar el problema.

-De acuerdo, eso es evidente, pero como bien sabes no soy psicólogo ni tengo vocación para escuchar fracasos vitales, y menos aún para proponer soluciones. 

-¡Calla hombre, no me interrumpas! Consciente de este problema, el Ayuntamiento ha acordado implementar una medida que pretende abordar al mismo tiempo dos aspectos: la necesidad no cubierta de proporcionar a las personas insatisfechas una labor de la que sentirse orgullosas y la carencia de voluntarios para ciertas labores que serían útiles para el Ayuntamiento. Por eso hemos resuelto crear la Oficina de Causas y le ha correspondido a la Concejalía de Bienestar Social, que yo dirijo, ponerla en marcha.

-¿Oficina de Causas?

-Sí. Será un despacho municipal en el que se ofertarán labores no remuneradas a aquellas personas que lo soliciten. Ya hemos barajado algunas líneas de actuación: conservadores del medio ambiente, cuidadores de animales desamparados, acompañantes de ancianos desvalidos, promotores de la igualdad de sexo… podría haber más, por supuesto. Cada grupo tendrá su liderazgo y un soporte organizativo mínimo del Ayuntamiento. Tu labor sería informar a los voluntarios y, más aún, encauzarlos a una causa que les resulte satisfactoria y les permita tirar a la basura la caja de pastillas antidepresivas.

Y así, como quien no quiere la cosa, me vi sentado detrás del escritorio de la Oficina Municipal de Causas. Este podría ser un ejemplo de mi trabajo:

-Buenos días, señora. ¿En qué puedo ayudarla?

-Hola, pues verá, ando en busca de una causa…desde que murió mi padre con Alzheimer, a quien cuidé durante unos años, me encuentro un poco perdida…

-Entiendo. Me ayudaría si me respondiese a alguna pregunta ¿Me permite?

-Por supuesto.

-¿Soltera o viuda?

-Viuda.

-¿Hijos?

-Sí, pero viven fuera, tienen sus familias, trabajos…

-Ya. ¿Animales?

-Tenía una perrita, pero murió hace unos meses y…

-¿Qué tal duerme por las noches?

-¿Cómo?

-Le pregunto si tiene dificultad para conciliar el sueño.

-Bueno, tomo una pastilla de Orfidal desde hace tiempo, pero aun así…

-Vale. Dígame qué hace un día normal de su vida.

-Bueno, me levanto tarde, pongo un rato la radio en la cama, me hago el desayuno y voy a la compra, hago algún recado…

-¿Ve mucha televisión?

-Pues…no es que haya gran cosa, pero ya sabe, me entretiene…

-De acuerdo, señora. Es usted la nueva miembro del grupo dedicado a la promoción de la empanada de pulpo. Enhorabuena.

-¿¿Cómo dice??

-Señora, es una labor vital para esta ciudad. Necesitamos que este producto típico y diferencial adquiera notoriedad y ello requiere una ingente labor que no podemos hacer solos. No tengo la menor duda de que usted puede ser de gran ayuda organizando muestras, contactando con otras organizaciones, medios de comunicación, ferias, etc.

-Pero…¿no podría formar parte del grupo de ayuda a animales desvalidos? Me gustan mucho los animales…

-Empanada de pulpo.

-Bueno, no sé…

-Empanada de pulpo, hágame caso. En sus manos estará la buena marcha de esta iniciativa, básica para el futuro de nuestra ciudad y de la que depende un nutrido número de familias.

-En fin, por probar…

Curiosamente, el trabajo se me dio bien. Afloró en mí una insospechada capacidad para colocar a cada persona en la labor correcta, algunos incluso se acercaron para agradecerme lo que había hecho por ellos y atestiguar en qué medida su vida había cambiado para mejor. El número de voluntarios aumentó mes a mes, año a año, y la alcaldesa podía presumir ante los medios de comunicación de una iniciativa que suscitó el interés de muchas otras instituciones, españolas y extrajeras, y que pronto fue imitada por otros políticos ávidos de reconocimiento.

Todo transcurría dentro de la apacible rutina a la que siempre he aspirado hasta que un día entró en mi despacho un sesentón calvo y con aspecto malencarado. Se sentó frente a mí sin molestarse en saludar.

-Necesito una causa.

Lo miré más atentamente. Ni gordo ni delgado, ni alto ni bajo, ojos oscuros y saltones, vestido con un traje gris de cuadros, correcto pero anticuado, camisa blanca con un halo de suciedad en el cuello y zapatos de cordones sin lustre. Un fenotipo habitual, alguien que probablemente había ocupado un cargo intermedio en la administración de cualquier empresa, acostumbrado a mandar dictatorialmente a un puñado de pobres infelices, y que, retirado, busca ahora algo similar para conservar el ego que lleva colgando. Lo calé a primera vista.

-Tendré que hacerle algunas preguntas.

Cruzó las piernas.

-Ya he rellenado un formulario.

Deliberadamente, había desarrollado un cuestionario para obtener los datos básicos y más relevantes de los aspirantes a causa. Pero confieso que lo que me gustaba era sorprenderles con preguntas imprevistas. Como no me había caído bien, me ensañé un poco.

-¿Cada cuanto tiempo se corta las uñas?

-¿Cómo dice?

El tipo contuvo un impulso hostil y se removió inquieto en su asiento.

-Ya me ha escuchado.

Vi como dudaba si mandarme a freír espárragos y seguir la comedia. Debió pensar que le convenía seguirme la corriente.

-Cada diez días más o menos.

-Muy bien. ¿Prefiere los pijamas de cuadros o los de rayas?

Esta ve me miró con indisimulado odio.

-Duermo en ropa interior, me molesta el roce del pijama.

Fingí quedarme pensativo durante unos momentos.

-De acuerdo, de acuerdo… Por último, ¿cada cuánto tiempo necesita ir al baño para orinar?

-Tengo la próstata bien… ¿ha terminado con sus bobadas o todavía se le ocurre alguna más?

-No son bobadas, trato de buscar la mejor causa para usted.

-Pues yo creo que me está tomando el pelo y que lo voy a poner una queja al salir de aquí.

Sonreí con suficiencia.

-Haga lo que usted quiera. Con los datos que manejo, y de acuerdo con mi experiencia en el tiempo que he desempeñado esta función, he decidido incorporarlo a la brigada de vigilancia de residuos urbanos.

El calvo se levantó de su asiento como un resorte.

-Pero ¿qué coño está diciendo?

-Creo que me he expresado con claridad. Verá, la limpieza de basuras de esta ciudad, como en la práctica totalidad de los casos, está subarrendada a una empresa privada. Tenemos un grupo de voluntarios que patrulla las calles revisando si esta empresa cumple fielmente su cometido. Como se podrá imaginar, desde un punto de vista sanitario, o incluso de promoción turística, es de vital importancia mantener las calles limpias. Aquí tiene el contacto del jefe de brigada. Empieza mañana a las nueve.

-Me niego.

-Está en su derecho, pero me temo que la elección de causa no es libre. Debe fiarse de mi criterio, hasta ahora nunca me ha fallado.

-Pues no me fio.

-Como quiera. O renuncia, o se presenta mañana.

-El tipo de levantó de malas pulgas, atravesó la oficina a grandes pasos (hube de reconocer que conservaba cierta agilidad) y cerró la puerta con un golpe seco.

Se presentó, sin embargo, a la mañana siguiente para ocupar su puesto.

Pero regresó a mi despacho un par de semanas más tarde. De nuevo, se sentó en la silla frente a mi mesa sin pedir permiso. Me miró con desafío.

-Se lo dije, ese puesto no me satisface. ¿No decía que era usted infalible? Pues no es cierto.

-No me diga. Se cree usted muy listo. ¿Piensa que lo haría mejor que yo?

El tipo sonrió.

-No es difícil.

Reflexioné unos instantes. Hacía algún tiempo que me apetecía tomarme un descanso.  Pensé que podría explicárselo a mi cuñada…

-De acuerdo. Lo vamos a ver. Ocupará usted mi sitio después de que le explique el funcionamiento.

Compré unos billetes de avión para escapar del lluvioso invierno gallego. Entre ron, palmeras y aguas cálidas, me dediqué a mi eterna pasión, rascarme la barriga con el ombligo al sol. Pero, inesperadamente, fui notando una desagradable desazón con el paso de los días. Tuve que reconocerme que echaba de menos el día a día de la oficina, el contacto con la gente, el sentir que, en cierta forma, lo que hacía servía de ayuda a los demás. Mierda, adjudicar causas se había convertido en mi causa. Asumí que me había echado a perder, hice mis maletas y volví a mi ciudad antes de tiempo.

Al día siguiente a mi llegada volví a mi oficina. Entré sin llamar y me senté en la silla frente a la mesa en la que el calvo descansaba descaradamente sus pies.

Sonrió.

-Antes de entrar hay que llamar a la puerta. ¿O es que no le han enseñado modales?

Ahora era yo quien luchaba para contenerme a duras penas.

-Señor, se acabó el experimento. Regreso a mi puesto.

El calvo retiró las piernas del escritorio, se arrellanó en su silla y cruzó los brazos.

-Pues mire, la verdad es que no me apetece. Tenía usted razón, es muy bueno adjudicando causas, y a mí la que me gusta es ésta. Creo que me voy a quedar.

Esta declaración me dejó desconcertado. Salí sin despedirme, rumiando la situación y me fui directo al despacho de mi cuñada.

-Lo siento, pero no puedo echarlo. Las reglas son que, si un voluntario está satisfecho con su causa, puede permanecer en ella con carácter indefinido. Salvo, por supuesto, que existan justificadas quejas contra esa persona. Y hay que respetar las reglas, ¿verdad? Recuerda que la idea fue tuya.

-¡Pero si ese tipo es realmente insufrible! ¿Es que nadie se ha quejado de su trato?

-Pues…me temo que no.

El tipo había jugado sucio y yo resolví jugarme el todo por el todo. All in. Me costaría dinero y quizás algo de tiempo, pero estaba resuelto en invertir en algo que, para mí, se había convertido en importante. Comencé contratando a una empresa de detectives privados, para que hurgasen en la vida privada del calvo. Al cabo de unas semanas tenía un informe en sus manos. Me quedé con algo que me podía servir. El tipo era un aficionado a las aplicaciones de citas, concretamente Tinder. Estupendo. El siguiente paso fue contratar a una mujer en una página de contactos. Busqué una madura de buen ver y concerté con ella una cita.

-Quiero que te unas a Tinder y acuerdes una cita con este hombre. Después quedaremos otra vez y me cuentas lo ocurrido. Te pagaré bien.

Un par de semanas más tarde volví a entrevistarme con la mujer.

-No fue difícil, el tipo entró al trapo rápidamente.

-¿Y qué quería?

-¿Qué quería? Pues qué va a ser, sexo, como todos…

-¿Y qué impresión te causó?

-Me pareció un viejo verde babosillo.

-Muy bien, pues tendrás otra cita con él, y harás lo que tengas que hacer. Un par de días después quiero que te pases por su oficina del Ayuntamiento y le montes un buen escándalo. Gritos, llantos, etc. Lo acusarás de haberse propasado contigo. Y que se entere todo el mundo. No pondremos ninguna denuncia, lo complicaría todo y es innecesario. No te será difícil y, como te dije, recibirás un pago generoso.

No mucho después, estaba de vuelta en el despacho de mi cuñada.

-¡Menudo cristo se organizó con el tipo ese! Por suerte, la mujer no tenía intención de poner una denuncia y evitamos el escándalo. Pero la alcaldesa lo puso de patitas en la calle y me pidió que volvieses tú. El puesto es tuyo.

Y aquí estoy de vuelta en mi querido despacho, con los pies apoyados en la mesa, las manos sobre la nuca…y un acierto del cien por cien en la adjudicación de causas. La vida puede ser maravillosa.

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