El calvo que contrajo piojos.

La conducta del despreciable presidente de la RFEF no me sorprendió lo más mínimo. Había seguido por la prensa sus chanchullos con los jeques árabes, sus roldanescas orgías, y me había indignado con el escandaloso sueldo autoadjudicado. Un paleto disfrazado de Armani, acostumbrado a hacer su voluntad, vestido de chulería sin gracia, prepotente y, por alguna razón que se nos ha hurtado a los ciudadanos españoles, pero que presumo turbia, mantenido en su cargo a pesar de todas las evidencias. No, no me sorprendió lo que hizo y, para ser sincero, tampoco lo que ocurrió después y ahora me dispongo a relatarles. Todos hemos visto las imágenes y hemos seguido el curso posterior de los acontecimientos. La primera reacción, tibia por la incertidumbre acerca de la posible relación que hipotéticamente podrían haber mantenido los dos protagonistas y por la ausencia de una denuncia formal por parte de la futbolista. La siguiente, firme desde las filas de los defensores del “feminismo clási...