Los gemelos oncológicos (dos).

Me pasé la lengua por los labios, pero ni siquiera el regusto del scotch que me acababa de meter entre pecho y espalda me libró de la sensación de repugnancia que me había dejado la conversación con el “gemelo”. Un llorica incapaz de asumir sus propios actos. Un tipo rebosante de hipocresía moral. Me he encontrado con cientos como él a lo largo la existencia, niños-bien, mimados por la vida, tipos que no han tenido que enfrentarse a verdaderos problemas, con un trabajo bien remunerado, con una esposa que su madre no hubiera dudado en elegir para ellos, con hijos modélicos… verdaderos clichés vivientes. Y entonces, claro, llega el golpe y todo ese frágil andamiaje moral se cae a pedazos. Y en lugar de mostrar entereza, de reconocer que todo lo anterior no era más que una ridícula comedia, se torturan y lamentan por la pérdida del paraíso. Vale, muy bien, pero que no me dé a mí el coñazo, joder. Que me deje tranquilo y no me asalte por la calle para tranquilizar su estúpida conciencia bu...