Los gemelos oncológicos (dos).


Me pasé la lengua por los labios, pero ni siquiera el regusto del scotch que me acababa de meter entre pecho y espalda me libró de la sensación de repugnancia que me había dejado la conversación con el “gemelo”. Un llorica incapaz de asumir sus propios actos. Un tipo rebosante de hipocresía moral. Me he encontrado con cientos como él a lo largo la existencia, niños-bien, mimados por la vida, tipos que no han tenido que enfrentarse a verdaderos problemas, con un trabajo bien remunerado, con una esposa que su madre no hubiera dudado en elegir para ellos, con hijos modélicos… verdaderos clichés vivientes. Y entonces, claro, llega el golpe y todo ese frágil andamiaje moral se cae a pedazos. Y en lugar de mostrar entereza, de reconocer que todo lo anterior no era más que una ridícula comedia, se torturan y lamentan por la pérdida del paraíso. Vale, muy bien, pero que no me dé a mí el coñazo, joder. Que me deje tranquilo y no me asalte por la calle para tranquilizar su estúpida conciencia burguesa, herencia judeo-cristiana que dirían algunos. Reconozco, sin el más mínimo arrepentimiento, que me comporté con deliberada crueldad, que le hundí el cuchillo hasta el mango. Pero el mamón se lo merece, que se pase el resto de la vida rascándose la herida, a lo mejor hasta le pone. Pocos sentimientos tan intensos y esclavizantes para los débiles como la culpa. Que le aproveche.

Pero mejor me doy prisa. Tengo otra cita, ésta más importante, y no en un bar o cafetería. En el parque que está a medio kilómetro de mi casa.  Allí me estará esperando otro tipo curioso, otro personaje debajo del cual se esconde la verdadera naturaleza humana. Otro comediante. 

No me cuesta localizarlo al llegar, está sentado en un banco, con las solapas de la chaqueta subidas y gafas de sol. El gilipollas debe haber visto muchas películas de espías y quizás pensó que era adecuado disfrazarse para la ocasión. Eso sí, hay que reconocerle la apostura del hombre de mediana edad que cuida su aspecto con entrenador personal y que parece haber nacido para llevar con prestancia trajes caros. Me acomodo a su lado. Siento con toda claridad que mi compañía le incomoda y que está deseando acabar cuanto antes. Por eso me divierto prolongando la situación.

-Hola.

Ni siquiera levantó la vista para devolverme el saludo.

-En este sobre está todo. Si quiere, cuéntelo.

Instintivamente me meto el dinero en el bolsillo interior de la cazadora, pero cambio de opinión y me pongo a contarlo con calma, decido que no tengo ninguna prisa.

-La verdad es que no sé muy bien para qué me necesitas. Podrías inventarte todo ese cuento de los gemelos oncológicos sin más. Todos esos tipos están en una situación desesperada, vulnerable, y su mente está abierta a cualquier noticia esperanzadora. Han conseguido una buena cantidad de pasta a lo largo de su vida pensando que ésta podría defenderles cuando las cosas se pusieran verdaderamente jodidas, así que cuando tú les propones que inviertan un buen puñado para curar su cáncer, lo consideran algo natural y se tragan la historia sin rechistar. Podrías perfectamente prescindir de mí y ahorrarte estos 20000 euros que me acabas de soltar.

El tipo se removió incómodo en su banco, su disgusto era más que evidente.

-Eso a usted no debería importarle, recibe bastante dinero por hacer nada. Además, ya se lo expliqué cuando hicimos el trato. Necesito una persona física por si alguno de esos pacientes decide seguir el rastro de su “gemelo oncológico”. Por eso fabrico una historia clínica falsa, con tratamientos, evolución, análisis clínicos…todo tan detallado como si se tratase de un caso real. Y por si alguien va todavía un poco más allá y quiere encontrarse con su gemelo… le tengo a usted.

Sí, era razonable. De hecho, lo ocurrido hace un rato le daba la razón por completo. Dado que el médico me cae bastante mal, se lo narro con lujo de detalles, previendo que eso le iba a poner algo nervioso. Pero el tipo no dice nada. Me escucha sin mirarme y, al final, se encoje de hombros.  

-¿Ha terminado de contar su dinero?

-Sí, está todo bien.

Se levanta y se larga sin despedirse. El acuerdo incluye la imposibilidad de contactar con él por cualquier sistema de mensajería o correo, así que habré de esperar a que vuelva a llamarme.

Sopeso el sobre con el dinero y, ahora sí, lo meto en el bolsillo. ¿Remordimientos? Ninguno. En cierto modo, es una forma de justicia social, un trasvase de agua desde un territorio de abundancia a otro sediento. La vida es injusta, la lotería genética no tiene interés en la equidad y distribuye dones a su entero capricho. Las circunstancias sociales hacen el resto y establecen diferencias insalvables. Siempre ha sido y será así. Sé que este dinero no me procurará una casa como la del paciente, ni una esposa elegante y atractiva, ni cenas en restaurantes lujosos, pero me dará de sobra para un par de buenas juergas. Me pongo en pie y, sin prisa, recorro el camino de vuelta a casa.

 

 

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