Los gemelos oncológicos.
De alguna forma lo sabía
(creo que, llegado el momento, todos lo sabemos), así que la noticia no me
cogió desprevenido.
-¿Es grave, doctor?
-Pues sí, muy grave, es un
cáncer para el que se están desarrollando tratamientos prometedores, pero
todavía no tenemos resultados definitivos.
El tono de su voz, su
aspecto de hombre maduro y elegante, la forma de mirarme directamente a los
ojos, afectuosa sin asomo de fingimiento… todo él transmitía cercanía.
-Sin embargo, tengo algo
que ofrecerle. ¿Ha oído hablar de los gemelos oncológicos?
-¿Gemelos oncológicos? No
sé a qué se refiere usted.
El especialista apoyó los
codos en la mesa y juntó las manos para acercarse a mí, supongo que en un
intento de superar la barrera que la mesa de una consulta impone entre las dos
partes de una entrevista clínica.
-Así les llamamos. Son
personas que, por dinero, se dejan implantar el tumor que está sufriendo un
paciente. La misma línea celular, en el mismo órgano. En estas personas podemos
ir ensayando tratamientos de segunda o tercera línea por si la primera opción
falla. Es legal… algo así como el embarazo subrogado, salvando las distancias,
claro … Por supuesto, no es barato.
Tardé un rato en procesar
la información. Pensé que no lo había entendido bien.
-¿Cómo dice? ¿Enfermar a
otra persona por dinero? Pero eso es horrible…no me puedo creer que la ley lo
permita… Supongo que les provocarán una especie de cáncer controlado, limitado,
que no pone realmente en peligro la salud de esas personas.
El médico se echó hacia
atrás y se recostó sobre el sillón giratorio.
-Le comprendo muy bien,
sus objeciones morales son lógicas. Y no, no es una enfermedad “controlada”, es
algo que puede ser mortal para la persona que se ofrece voluntaria. Pero le voy
a dar un consejo, si usted tiene dinero, úselo ahora. Si no lo hace usted, lo
hará el siguiente paciente que entre por esa puerta. Tómese su tiempo, no
necesito ahora la respuesta.
Estuve días y noches
dándole vueltas a la situación. Tenía un cáncer potencialmente mortal y sentía
que eso, en sí mismo, era injusto. Yo siempre había llevado unos hábitos de
vida saludables, mi honradez y laboriosidad no admitían el más mínimo reproche.
Con mis hijos criados, estaba en lo mejor de la vida, en medio de un delicioso
banquete…y ahora me retiraban los platos sin poder terminar de disfrutarlos. El
dinero no era un problema, pero sí lo que el médico había llamado “objeciones
morales”. Mi bien supondría la desgracia de otra persona. ¿Pero… por qué se
presta a ello? Desde luego, recibiría una importante suma a cambio, pero era
muy probable que no llegase a disfrutarla, así que la intención de esa persona
debía ser prestar ayuda a otra, quizás a su pareja, hijos… parecía la única
explicación razonable, muy loable. Pero al mismo tiempo entendí que, si yo
quería sobrevivir, tendría que cambiar mi marco de referencia moral y, al
recordar la frase del doctor, “si no lo hace usted, lo hará el siguiente”,
acepté.
Mi tratamiento fue un
éxito y experimenté una remisión completa. Pero no podía olvidarme de mi
gemelo. Parecía que, al fin y al cabo, su sacrificio estaba siendo en vano.
-Doctor, entiendo que, si
mi tratamiento funciona, el de mi “doble” quizás no sea el adecuado…
-Mire, no nos está
permitido dar ese tipo de información. Pero piense que así podemos adelantarnos
a una posible recaída y encontrar otro tratamiento efectivo para su tumor.
Insistí, pero el hospital
se negó a proporcionarme la identidad de mi gemelo. No me resigné, le pedí a un
mago de la informática que me abriese paso en la intrincada documentación de
las historias clínicas electrónicas. Era un amigo de la juventud, y me debía un
favor, así que accedió a regañadientes a proporcionarme la identidad y señas de
un tal Jesús, de 55 años, domiciliado en las afueras de mi ciudad. Una sencilla
búsqueda por internet me proporcionó el resto de la información que necesitaba.
Durante unos días sopesé las opciones, y finalmente resolví ofrecerle correr
con los gastos del mismo tratamiento que me había funcionado, pero en otra
clínica.
Lo esperé frente a su casa
hasta que finalmente salió. Estaba delgado, pero no demacrado. Vestía con
desaliño y encendió un cigarrillo al dejar el portal atrás. Yo estaba nervioso,
pero decidí que lo mejor sería abordarlo cuanto antes.
-Hola. Usted no me conoce,
pero yo sí a usted. Me gustaría invitarle a un café y poder charlar sobre…en
fin, sobre su enfermedad.
Me miró extrañado durante
unos segundos, preguntándose quién diablos podía ser yo. Pero su asombro duró
unos instantes, hasta que sus ojos se iluminaron con un destello de
discernimiento. Sonrió y tiró la colilla al suelo.
-Pues vayamos. Pero yo me
tomaré un whisky…ventajas de mi situación.
Le conduje a una cafetería
próxima y elegí una mesa alejada de la entrada. Tenía un discurso preparado
para cuando llegasen las consumiciones, pero no me dejó empezar, habló rápido y
sin titubeos, sin dejar de mirarme un solo instante.
-Verá…seguro que usted
está esperando una explicación rebosante de altruismo y buenas intenciones,
pero no hay nada de eso. Intentaré que lo entienda. Hace ya algún tiempo que
los libros, antiguos amigos, no me emocionan. No hay proyectos que me seduzcan,
no tengo curiosidad por lo que el futuro me pueda traer. Los afectos me parecen
sólo una parte más de la comedia y soy incapaz de emocionarme. Esto podría ser
considerado una ventaja, estoy libre de sufrimiento y de miedo, pero…estoy
muerto. No soy tan valiente como para quitarme la vida yo mismo, así que me
pareció buena idea aceptar la propuesta de servir de conejillo de indias y
dejar que otra persona hiciera el trabajo por mí. Servirá para dejar un dinero
a la familia, lo que está bien, pero créame, eso no es ni de lejos el principal
motivo. Sé que va a tratar de convencerme, lo necesita para sentirse mejor
consigo mismo, pero perderá el tiempo.
-Pero, yo no puedo
permitirlo… no podría perdonármelo nunca.
Me miró con lo que me
pareció lástima, y apuró de un trago su vaso de whisky.
-Pues, amigo, es algo con
lo que tendrá que vivir. Usted tomó una decisión, asúmala.
Se levantó y traté de
retenerlo cogiéndolo de un brazo.
-Dígame, por favor, qué
puedo hacer…
Se soltó de mi amarre con
una sacudida y, antes de marcharse, me dijo algo que no podré olvidar.
-Sólo hay una opción.
Llegado el momento, se ofrecerá como gemelo de otra persona con cáncer. Es lo
mismo que yo he hecho, el final de todo el proceso.
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