El ¿irresoluble? problema de las tres patas.
Uno
de los enigmas clásicos de la astronomía fue el problema de los tres cuerpos: no
se puede determinar mediante una solución analítica general (como en su día
mostró Poincaré), para cualquier instante, las posiciones y velocidades de tres
cuerpos de cualquier masa que están sometidos a atracción gravitacional mutua y
partiendo de unas posiciones y velocidades dadas. Que
no podamos encontrar una solución en términos de funciones elementales no quiere
decir que tal solución no exista. De hecho, el matemático finés Sundman
proporcionó en 1912 una solución al problema de los tres cuerpos por medio de
una serie convergente (serie numérica en la que la sucesión de sumas parciales
converge en un número real), y sí hay soluciones analíticas para ciertas
configuraciones, como cuando se asume que una de las masas es despreciable y se
atribuyen órbitas especificas o posiciones fijas. Además, la ciencia siempre
encuentra soluciones y atajos y en la época de los supercomputadores se puede
resolver el sistema numéricamente para cualquier configuración de condiciones
iniciales. Una recomendación para los amantes de la ciencia ficción: “El
problema de los tres cuerpos” de Liu Cixin. Una interesante y divertida versión
de la “Guerra de los mundos” enmarcada en la revolución china y con el citado
enigma como trasfondo (o como Mcguffin).
Sin
embargo, no ha habido ningún superordenador que me haya ayudado con lo que yo
llamo el “problema de las tres patas” y éste no se plantea en mecánica celeste,
sino en las relaciones sentimentales. Siempre he pensado que una relación
equilibrada debe ser una silla con tres patas bien proporcionadas para que no termines
con el culo en el suelo: la atracción física, la complicidad y el proyecto a
largo plazo. La atracción física es lo que te gusta instintivamente de una
persona (belleza, voz, el olor, el estilo o los gestos) y es algo que no se
puede “trabajar”: ocurre o no ocurre. La complicidad es un término que engloba
a todo lo que puedes sentir con la otra persona al aportar tus gustos e intereses,
o incorporando los suyos, charlando (incluso discutiendo), viajando,
disfrutando su sentido del humor, sintiéndote querido, cuidado y comprendido. Es
admiración mutua, es confianza y se asienta en gran medida en el hecho de
compartir valores. La última es el proyecto vital, en qué medida los intereses
y los objetivos personales o profesionales confluyen en los dos. Es de suponer
que la primera es básica, imprescindible. Si ésta no existe, las otras dos no
se desarrollarán. O como dice muy gráficamente un amigo: “Si besas a una mujer
y no te suena la gaita, ella no es”. Cuando dos personas se
conocen y sienten atracción mutua, conversan sin descanso y con curiosidad,
porque están explorando hasta qué punto tienen esa segunda pata. Durante la
juventud no es tan complicado tener una silla con las tres patas fuertes y
equilibradas, al fin y al cabo estamos situados en el mismo punto de salida y
todo “está por hacer”. Con el tiempo, los hechos vitales previos, las
experiencias (traumáticas o gozosas), el miedo al sufrimiento, las
responsabilidades adquiridas, el modo de vida, la “educación sentimental” (o el
grado de inteligencia emocional que cada persona ha ido adquiriendo por el
camino)… dificultan en gran medida desarrollar la tercera pata. De ahí que surjan
esas “relaciones de fin de semana” como solución práctica, tan propias de la
edad madura.
Casi
siempre que uno cree haber tenido una idea original y se molesta un poco en investigar
sobre ese tema concreto, se encuentra con que esa idea ya ha sido desarrollada
con anterioridad (y mejor). El psicólogo estadounidense Robert J. Sternberg ha
estudiado muchas facetas del ser humano, entre ellas el amor. Sternberg
diferencia los tipos de amor en función de tres factores: Intimidad, Compromiso
y Pasión (lo que él llama “el triángulo del amor”, superponible a la silla de
la que antes hablaba). En función de los tres factores señalados y sus
combinaciones, resultan los 7 diferentes tipos de amor de los que habla su
teoría:
-Relación
de cariño: El único componente es la intimidad (o lo que yo llamaba
complicidad). Este tipo de relación se caracteriza por la existencia de un
vínculo fuerte entre las dos personas, como podría ser el de una buena amistad,
pero exento de pasión y compromiso a largo plazo.
-Encaprichamiento:
El único componente es la pasión, por lo que no existe vínculo afectivo ni
compromiso de futuro. Podría considerarse una relación puramente física. Vulgarmente
llamado “encoñamiento”, desconozco si existe una palabra que defina la situación
desde el punto de vista de la mujer.
-Amor
vacío: El único componente es el compromiso. En esta relación no existiría
vínculo íntimo ni pasión. La relación se asienta en los pilares del respeto
mutuo y la reciprocidad. Un amor de este tipo es el que se da entre dos
personas emparejadas por intereses familiares, por ejemplo, y es extremadamente
frecuente, seguro que todos conocemos decenas de casos.
-Amor
sociable: En esta relación existe intimidad y compromiso, pero no hay pasión.
Es una relación de compañía en la que existe fuerte cariño entre las partes.
Una relación de este tipo puede ser la que se da entre miembros de una familia
o en una pareja que lleva muchos años junta y la pasión ha desaparecido. Es,
seguramente, lo que en el mejor de los casos todos hemos podido observar en
nuestros padres.
-Amor
fatuo: Compuesto por la pasión y el compromiso, esta relación se caracteriza
por la ausencia de un vínculo íntimo. Estas parejas se juntan por la pasión que
los une, pero no han establecido una conexión afectiva y no comparten los mismos
valores. Se pasa rápidamente del encoñamiento al matrimonio o convivencia.
-Amor
romántico: Las parejas que tienen amor romántico están unidas por la pasión y
un fuerte vínculo afectivo, pero no existe entre ellas el compromiso de
continuar en el futuro. Un ejemplo de esto serían las “relaciones de fin de
semana” de las que antes hablaba.
-Amor
consumado: Para Sternberg, el amor consumado es la forma más completa de amor,
formada por intimidad, pasión y compromiso. El equilibrio entre los tres
factores se encuentra en las parejas “ideales”. Pero -vaya por Dios- este
equilibrio es inestable y puede ser (suele ser) temporal, ya que si un factor
pierde intensidad en favor de otros, se estaría inclinando a alguno de los
anteriores, como hemos señalado arriba en el caso de las parejas que llevan
muchos años juntas.
Es
decir, una pareja puede transitar por diferentes tipos de amor a lo largo de su
relación y, habitualmente, la pata que suele flojear primero es la pasional,
avanza insidiosamente hacia el “amor sociable” o hacia el “amor vacío”. Una
amiga me exponía hace poco un punto de vista que me pareció interesante. Todos
somos egoístas en mayor o menor grado y tendemos a hacer lo que más nos
satisface. Cuando nos enamoramos aparcamos temporalmente ese egoísmo y tenemos
en cuenta lo que le gusta a nuestra pareja, estamos dispuestos a renunciar a
nuestras preferencias y lo hacemos con gusto. Pero ese enamoramiento bioquímico
acaba antes o después y reaparece el egoísta que llevamos dentro. Ya no estamos
dispuestos a perdernos una semifinal de la Champions en la que juega el
Atlético por ver una comedia romántica de Hugh Grant (lo sé, estoy abusando de
un tópico y anticipo las críticas que pudiera recibir, pero no puedo evitarlo).
Y en ese momento, sólo las parejas que tienen verdadera voluntad de seguir
juntas y un aceptable desarrollo de la inteligencia emocional son capaces de continuar
la relación, porque están convencidas de que lo que tienen sigue siendo valioso
y lo seguirá siendo en el futuro. Más aún, sólo en ese momento se puede saber con seguridad el grado de "inteligencia emocional" que tiene cada una de las dos personas.
Creo
que la exposición de Sternberg es muy razonable y está mucho mejor argumentada
que mi humilde alegoría de la silla. Pero yo añadiría otra forma de amor, algo
parecido al “amor cortés” del que hablaba Stendhal: el “amor figurado”. En estos
tiempos en los que la apariencia y la exposición en las redes sociales han
ganado relevancia, es posible que algunas personas consideren un fracaso vital no
alcanzar el “amor consumado”. Y como no lo tienen, eligen fingir que lo tienen.
Es, en cierto modo, una representación del amor y los dos se acostumbran a
actuar como si realmente se amasen: se tratan con palabras cariñosas, se
fotografían (y se muestran) haciéndose carantoñas y comparten sus vidas con un
acuerdo tácito, una ficción en la que se sienten cómodos, una representación en
la que cada parte adopta el papel que figura en ese guión que jamás llegó a
escribirse porque tampoco era necesario.
Termino
volviendo a la pregunta inicial, ¿se puede resolver el problema de las tres
patas, o del triángulo, o como sea que le llamemos? ¿Hay algo que se pueda
hacer para permanecer eternamente en una situación de “amor consumado”? Después
de haber pensado mucho en ello, puedo presumir de que tengo la solución a esa
pregunta, pero debo advertirles que aquí se termina la parte gratuita del blog.
Todo aquél que necesite consejo lo recibirá por la módica cantidad de 200 euros
dirigiendo su pregunta a mi correo electrónico. Y por si no disponen de una
situación económica boyante, les puedo ofrecer la interpretación de Woody Allen, que lo deja muy claro: “To love is to suffer. To avoid suffering one must not love. But then one suffers from not loving. Therefore, to love is to suffer, not to love is to suffer, to suffer is to suffer. To be happy is to love. To be happy then is to suffer. But suffering makes one unhappy. Therefore to be happy one must love or love to suffer. Or suffer from too much happiness”.
Saludos.
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