La “hiperintención” es un repelente para la felicidad.
Ya pasaron algunos años desde entonces.
Estoy sentado en un AVE que me llevará de Barcelona a Madrid. Acabo de dar una
charla sobre asma en una reunión de neumólogos patrocinada por un laboratorio.
Pura (y muchas veces bendita) rutina. Pero lo que me espera en la capital tiene
poco de rutinario y es una historia diferente que quizás merezca ser contada en
otra ocasión. Entra en el vagón un tipo que ha cerrado el congreso con una de
esas charlas-monólogo que hacen reír a la gente y, supuestamente, mejoran su
actitud ante la vida para que consigan dejar atrás una existencia de penurias y
puedan incorporarse al batallón de los “ganadores”. Es un personaje famoso, se
le ve a menudo en la televisión y seguro que cobra una pasta por cada aparición
pública. Me mira, titubea un momento y se acerca a mí.
-Hola, le he visto en el congreso.
¿Le importa que me siente a su lado?
-En absoluto, será un placer.
El hombre deja su equipaje en la
bandeja situada encima de los asientos y se acomoda en la butaca vecina de la
mía.
-Me llamo X. Encantado.
Le devuelvo el cumplido y estrecho la
mano que me ofrece.
-¿Le ha gustado mi charla?
En algunas ocasiones el cuerpo me
pide ser algo provocador. Siento, con perversa satisfacción, que ése es uno de
esos momentos.
-Pues la verdad, para contar una
serie de tópicos en los que básicamente la gente es idiota y culpable de todo
lo malo que le ocurre y aun así lograr que se rían sin darse cuenta de que les
está tomando el pelo, tiene su mérito.
-¿En serio piensa eso?
-En serio, pero si su trabajo es
conseguir que pasen un buen rato, no se le puede reprochar nada.
El tipo se defiende.
-Bueno, no sólo quiero que pasen un
rato, trato además de que recapaciten y orienten su vida de forma que sean más
felices.
Me encojo de hombros. Me da pereza
empezar un diálogo sobre el significado de la felicidad y su búsqueda, pero
apruebo que X no haya reaccionado con hostilidad, se ve que tiene modales.
-Perdone, no me fijé cuando lo
escuché hablar. ¿Dónde vive?
-En Galicia.
-Pero se va a Madrid…¿va a dormir
allí?
-Sí, me quedaré esta noche.
Ahora el tipo vacila, duda si seguir
con las preguntas, pero parece que mi tranquilidad y naturalidad a la hora de
contestar le animan a seguir.
-¿Y está casado?
-Pues no, estoy divorciado desde hace
un tiempo.
Noto que se relaja, la idea de estar
presenciando el prolegómeno de un posible adulterio parece inquietarle.
-Vaya, lo siento… ¿Y entonces? ¿Qué
le lleva a Madrid?
Ahora soy yo quien duda, quizás se
trate de un “cazador de historias” y la mía termine transformada en parodia
formando parte de uno de sus famosos monólogos. Pero después pienso que, al fin
y al cabo, no es una historia tan extraordinaria como para merecer esa
distinción, así que se la cuento con todo lujo de detalles.
Cuando termino, se queda pensativo.
-Es curioso cómo nos arreglamos a
veces para complicarnos la vida… En fin, espero que su estancia en Madrid tenga
un final feliz, aunque por lo que me ha dicho eso no parece muy probable.
-No, no es probable, pero por muy
perfecta que sea una vida siempre deja algún fleco suelto. Seguro que a usted
también le pasa.
No puede evitar mostrarse
sobresaltado.
-¿Por qué dice eso?
-Verá. En su conferencia usted insiste en
que logró el éxito desde muy joven, que ya era rico antes de cumplir los 30 años,
y sin embargo recorre España y el mundo dando siempre la misma charla por la
que cobrará cada vez unos miles de euros… Hay algo que no me cuadra en todo
esto, algo malo debió ocurrirle por el camino.
Se revuelve inquieto en su butaca. Percibo
cómo vacila entre sincerarse o cambiar de tema. Se decide al fin.
-Pues tiene usted razón. Hace ya unos
años llegué a casa y mi mujer me dijo que quería separarse. Fue algo
completamente inesperado para mí, me dejó hundido. Soy creyente, muy religioso
y jamás hubiera imaginado que mi matrimonio no fuese a durar para siempre. Estuve francamente mal, al borde de la desesperación… pero después rehice mi vida, me he vuelto a casar y he tenido dos
hijos…
-Pero nunca ha podido olvidar a su primera
mujer, ¿verdad?
-Bueno, me llevo muy bien con ella,
justo ahora mismo la acabo de llamar por teléfono para charlar un rato con ella…
-¿Y tuvieron hijos?
-No, no tuvimos.
-Entonces, si no comparten hijos y
sigue llamándola por teléfono es que todavía no ha podido olvidarla y si ya ha
pasado tiempo e incluso se ha vuelto a casar, es posible que nunca llegue a superarlo.
-Bueno, le tengo cariño a pesar de
todo…
-Ya… Escuche, todo eso está muy bien,
pero no explica por qué mañana se va a Chile a repetir la charla que acaba de
dar en Barcelona si ya tiene todo el dinero que necesita. ¿Es una especie de
pasatiempo para usted o es que hay algo más que no me ha contado?
El tipo está asombrado.
-Pues… ha vuelto usted a acertar.
Tengo dos hijos con una inteligencia “borderline” y me preocupa su futuro,
quiero que no pasen apuros económicos.
-Vaya, lo siento. Entiendo que quiera
garantizarles una vida cómoda, es lógico. Cualquier padre haría lo mismo. Aprecio
su sinceridad.
-No me dé las gracias, usted también
fue sincero conmigo y ha sido una charla interesante. Si quiere, cuando
lleguemos a Atocha mi chófer le dejará en la dirección que usted le diga, y le
dejo mi teléfono por si en alguna ocasión le apetece quedar para tomar algo.
Conozco muy bien Madrid, y trato con personas famosas e interesantes…
-Es usted muy amable.
Al llegar a la estación de destino nos
espera efectivamente un chófer que recoge nuestras maletas, nos acompaña a un
lujoso coche y me deja cómodamente en la dirección que le doy.
Aprovecho esta anécdota del coach “encoachado” para decir que hay
dos cosas que me molestan de estos predicadores modernos. Una de ellas es imputar
a las personas la plena responsabilidad de lo que ocurre en sus vidas, asegurar
que con una adecuada actitud todo el mundo puede lograr cualquier cosa que se proponga. Esto es
absurdo y no pasa de ser un spot publicitario para vender zapatillas de deporte
(“Impossible is nothing”). Dígale usted, señor coach, a una señora de 52 años divorciada, con dos hijos (uno de
ellos enganchado a la coca), que trabaja de sol a luna por un sueldo de 1000 euros,
que si sonríe y se enfrenta a la vida de forma positiva todo va a mejorar. En
el mejor de los casos lo mandará a la mierda; en el peor, añadirá otro problema
a su larga lista: la culpabilidad. Pero, con todo, lo que más me ha molestado siempre
de estos neopredicadores es la interpretación de la felicidad como un objetivo
vital específico, como algo que hay que perseguir en sí mismo. Esto algo sobre
lo que he reflexionado a menudo y he llegado al convencimiento de que la felicidad es algo
así como el serrín de la madera, algo que ocurre de forma secundaria e inintencionada en la mayoría de las ocasiones.
He recordado todas estas reflexiones
después de que un querido amigo (gracias, J) me haya regalado un libro muy
especial, “El hombre en busca de sentido”, escrito por V Frankl, un psiquiatra judío
que sobrevivió al internamiento en campos de concentración durante la segunda
guerra mundial. No es el típico relato de las penalidades sufridas por un
prisionero en tan terribles circunstancias (aunque tampoco las elude), sino más
bien el esclarecimiento de los mecanismos psicológicos que explican el
comportamiento de todos los personajes (prisioneros, kapos, guardianes…) del
drama. Y es también un medio que utiliza el autor para divulgar su teoría psicológica:
la logoterapia, una doctrina que critica y trata de superar al psicoanálisis. Debo
confesar que soy bastante escéptico en todo lo que a la psicología se refiere,
pero creo que Frankl tiene cosas interesantes que contarnos a todos los que
estamos constantemente preocupados por lo que comúnmente se denomina “sentido de la vida”. Y lo
que me resulta más cercano es que no sitúa ese elusivo concepto en el análisis
intelectual de la existencia, algo abstracto que él denomina “metasentido”.
Frankl sitúa el “sentido de la vida” en el plano del comportamiento, de los
hechos. Es “res non verba”. Es el conjunto
de amores, amistades, ilusiones, proyectos, nostalgias, sufrimientos (porque inevitablemente
el sufrimiento es parte de la vida), sobre los que debemos tomar decisiones concretas
y cotidianas. “No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una
persona de las fatigas internas o de las dificultades externas como el tener
conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto
de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta en la que se encuentra”.
En palabras de Nietzsche: “Quién tiene un porqué
para vivir puede soportar casi cualquier cómo”.
Frankl asegura que la salud psíquica necesita cierto grado de tensión interior,
la tensión existente entre lo que se ha logrado y lo que hay que conseguir o la
distancia entre lo que uno es y lo que debería ser de acuerdo con sus
ambiciones y sus valores. Es así como se despierta lo que él sitúa como la fuerza motriz del ser humano: la voluntad de sentido. Textualmente: “lo
que el hombre necesita no es vivir sin tensión, sino esforzarse y luchar por
una meta que merezca la pena”. La esencia de la existencia consiste en la capacidad
del ser humano para responder de forma responsable (es decir, de acuerdo con
valores morales correctos) a las demandas que la vida le plantea en cada
momento. Y este enfoque me resulta en cierto modo consolador, porque en algunas
ocasiones a lo largo de mi vida se me ha acusado de “no parar”, de “no
relajarme”, de “obedecer a un enanito interior que me dice lo que tengo que
hacer”, etc. Y llegué a considerar que quizás esas personas tuviesen razón, que
es posible que esa autoexigencia, ese afán de mejora, me mantuviesen a cierta
distancia de los demás, que quizás debería “dejarme ir” un poco, tomarme las
cosas menos en serio y renunciar a la “vida creativa” para conformarme con una “vida
más contemplativa”. Este psiquiatra me dice que no sería una buena idea, y yo
se lo agradezco porque me libera del sentimiento de culpa.
Otra de las reflexiones de Frankl que
me convencen es un ataque directo a lo que defienden muchos coach: que la felicidad debe ser el fin
o el horizonte de sentido de toda persona. A esto le llama “hiperintención”: convertir
lo que debe ser efecto en objeto directo de la búsqueda. Cuanto más se procura la
felicidad, más esquiva se vuelve ésta, algo así como el tesoro al final del arcoiris. Es absurdo salir de casa pensando en ser
feliz, pero tiene todo el sentido del mundo quedar para tomar un par de cañas
con un amigo, invitar a tu pareja a cenar a un restaurante agradable o jugar un
partido de paddle. Y si esto no les termina de convencer, piensen en algún desdichado conocido al que la “hiperintención”, el excesivo deseo de "quedar bien", ha llevado a la impotencia sexual o a la frigidez. Esta amenaza debería ser
suficiente como para tomarse con ciertas reservas lo que nos cuente algún neopredicador
más o menos graciosillo.
Cuando vuelvas por Madrid... avisa!!
ResponderEliminarPor supuesto! Un beso
EliminarLeer, hoy, la frase textual “lo que el hombre necesita no es vivir sin tensión, sino esforzarse y luchar por una meta que merezca la pena”...también me ha liberado un poco de la culpabilidad que siento por momentos de no estar “quieta” ni un día!! Gracias por estas grandes reflexiones con las que no puedo estar más de acuerdo!!
ResponderEliminarGracias a ti, Marta. Quizás tengamos un "fenotipo" parecido...
EliminarMe encanta el estilo de conversación tipo partida de ajedrez, en la que la iniciativa cambia de bando y sorprende al adversario, desarbolándolo al final y reconociendo la derrota. Esta anécdota del coach “encoachado” me ha recordado la novela Elmer Gauntry, luego convertida en película “El fuego y la palabra” por un genial Burt Lancaster.
ResponderEliminarPues confieso que no la he visto, lo solucionaré ASAP.
EliminarPues sí, esto no tiene más sentido que el que cada uno le quiera dar en su dia a dia, en cuanto a creer o no en la psicologia como disciplina, es cierto que hay muchos "charlatanes", pero hay teorias y estudios de la psicologia socual y cognitiva, que aportan explicaciones coherentes sobre porque hacemos lo que hacemos o también pq no hacemos lo que deberiamos hacer... Y a veces con una buena explicacion es suficiente para encajar las piezas.
ResponderEliminarTodo esto para decirte que me gusta lo que escribes y como lo escribes.
Gracias por tu comentario. Seguro que tienes razón y que la Psicología no merece el trato que le dio Karl Popper. Es posible que pueda resultar de ayuda para muchas personas o para que encuentren alguna explicación coherente en sus acciones. Pero a los coach no pienso indultarlos!
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