A quantum of solace. El imprescindible rascado en la espalda.
Mi amigo J no pierde ocasión de
recordarme el significado del título de esta película de James Bond, sería algo
así como “la mínima cantidad de afecto”. Mis compañeros de “Miedo y Asco” y yo
hemos adoptado otra expresión menos elegante, pero que viene a decir lo mismo:
“el rascado de espalda”. Quizás la única ley universal que rige para todo el
género humano sin excepción es que todos, absolutamente todos, necesitamos una
dosis de cariño que puede variar de persona a persona. Everybody´s got a hungry hurt … y hay que darle de comer. Lo que le
eche en el plato cada uno (fast food,
comida casera, platos precocinados, cocina de diseño, etc) dependerá de las
expectativas o de las posibilidades individuales, no tengo ninguna intención de
moralizar al respecto.
Esa mínima cantidad de afecto se
puede obtener de diferentes formas (familia, amigos, compañeros, pareja e
incluso mascotas), todas válidas y quizás complementarias, pero aquí sólo me
voy a referir al “rascado de espalda”, que tiene la obvia connotación de
relación sentimental. Todos los años, en señalada fecha, tengo la ocasión de
coincidir con amigos a los que sólo puedo ver de cuando en cuando. Son amigos
“de siempre”, amigos con los que se mantiene la firme amistad que sólo se puede
lograr después de muchos años de confianza, confidencias y aventuras. Solemos
cenar algo y, como no, tomarnos unas copas. Para muchos de ellos es una de las contadas
oportunidades de salir sin su pareja y quizás de hablar libremente de lo que
les preocupa. Desde mi externo punto de vista, todos ellos aparentan un feliz
emparejamiento, pero el tema estrella de la última reunión fueron las
relaciones matrimoniales y me apenó escuchar quejas reveladoras de que las cosas
no rodaban tan bien como parecía desde afuera. Uno se lamentó no sólo de que no
tenía relaciones con su mujer desde hacía meses sino de que ésta ni siquiera
accedió a hablar de ello y otro se felicitaba de haber conseguido, al menos,
acordar un encuentro semanal. Hablaban de sexo, pero en realidad se referían al
“rascado de espalda”, sentían la falta de esa mínima cantidad de afecto y, por
alguna razón, es más fácil confesar que se tiene escasez de sexo que de cariño,
posiblemente porque lo primero termina ocurriendo inevitablemente antes o
después pero lo segundo no debería ocurrir nunca. Las relaciones largas tienen
sus inconvenientes, pero también tienen poderosas ventajas: la confianza, el
histórico de vivencias en común y algo muy especial en lo que pocas veces se
piensa, la memoria del otro cuando éste era joven, el poder recordar un cuerpo
o un rostro en plenitud a pesar de que lo que nos estén mostrando los ojos sea un
reflejo más o menos benigno del paso del tiempo.
Pero creo que me estoy poniendo
demasiado trascendente, así que para compensar voy a hacer público el checklist que figura en los anales de
“Miedo y Asco” para las relaciones en la edad madura (pongamos que a partir de
los 40). No debería ser necesario especificar que éste es un punto de vista
masculino, pero perfectamente aplicable para cualquier mujer cambiando el
género de algunas palabras. No es necesario, pero lo aclaro por si algún día se me
ocurre volver al ruedo político y mi oponente en un debate decide jugar sucio y
acudir a la memoria digital, que siempre juega en contra. Pero a nuestro favor debo decir que el checklist actual es mucho más maduro que
el que solíamos manejar a los 20 años: qué esté buena, que sea maja, que sea
lista y que esté buena. Por orden de importancia:
-Que no esté siguiendo un tratamiento
psiquiátrico. O que sin recibirlo, haga manifiestos méritos para ello.
-Que no tenga niños en edad de parque
de bolas (o pagas un precio en años de tu pareja o lo haces en funciones infantiles del
colegio; elige lo primero y no seas nunca tan idiota como para pagar en años y
en funciones al mismo tiempo). No es que tengamos vocación de Herodes, es
exactamente lo contrario: inevitablemente los niños te cogerán cariño y tú se
lo cogerás a ellos, pero ni son ni serán nada tuyo.
-Que no necesite salvación económica
o emocional. A estas alturas ya hay que haber demostrado saber cómo ganarse la
vida y también hay que haber completado la educación sentimental.
-Que los fantasmas de las pasadas
Navidades no le aúllen al oído cada noche. Podéis creerme que hacen un ruido
espantoso.
-Que muestren pasión por la vida, y
que esta pasión sea más fuerte que todos los miedos. Blandenguerías, las
justas, aún falta mucho para la jubilación.
-Que te quiera tal y como eres (más
que nunca, a partir de los 40 no se puede cambiar a nadie). Al fin y al cabo tú
te gustas ¿no?
-Que comparta tus valores. Es
conveniente que lo firme con un apretón de manos previo escupitajo en la palma.
-Que prefiera una larga caminata a
una tumbona en un sitio de todo incluido y que considere la siesta desde un
punto de vista más “amplio” al habitual. Que sea tan buena conversadora como
compañera de siesta.
-Por último, donde debería poner “que
esté buena”: que sea una mujer que ahora y siempre se sienta atractiva.
¿Parece demasiado exigente? No lo
creo. Muchas de las mujeres que se dejan caer de vez en cuando por aquí lo
cumplen sobradamente (y también algunos hombres, se me acaba de ocurrir que
quizás pueda hacer negocio creando una página de contactos en este blog).
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