Lost in transfer.
Salgo atropelladamente del finger y
recorro la T4 a grandes zancadas, voy justo para dar la conferencia que tengo
programada. Al franquear la puerta de salida de la terminal busco un cartel con
mi nombre o con el nombre de la empresa farmacéutica que me ha contratado.
Diviso el logo que estaba buscando entre decenas de conductores que esperan a
sus pasajeros.
-Hola, creo que me está esperando a
mí.
El tipo, embutido en un traje gris
que le queda grande y orgulloso portador de una llamativa corbata color fucsia,
deja de charlar con su compañero y me mira detenidamente.
-¿Cómo se llama usted?
-Me llamo Pérez.
Revisa una hoja impresa y subraya un
nombre, imagino que el mío.
-Todo bien. Vamos, parece que están
inquietos esperándole.
-Sí, es que llego un poco justo.
Espero que no haya mucho atasco.
-No debería a estas horas. ¿Qué tal
el viaje? ¿Viene usted de Santiago, no? ¿Llueve por allí?
Contesto a las preguntas retóricas
con respuestas tópicas mientras nos encaminamos al parking. Llegamos hasta un
Mercedes de alta gama y color negro.
-Pase y póngase cómodo. ¿Quiere un
poco de agua? ¿Está bien la temperatura?
Arrancamos hacia Madrid. Al cabo de
un rato suena el “manos libres”.
-Hola.
-Hola. ¿Ha recogido ya al doctor
Pérez?
-Sí, vamos de camino.
-Muy bien, hágalo lo más rápido que
pueda, por favor, vamos mal de tiempo.
-OK.
El tipo se gira sonriendo.
-Iremos más rápido por el peaje. En
15 minutos estará en su destino, no se preocupe.
La verdad es que no me preocupo ni lo
más mínimo, sin mí no pueden empezar. Me arrellano en el asiento y me dedico a
contestar el correo y los mensajes del móvil, esas tareas que no cuentan como
tiempo trabajado pero que han llegado a ocupar gran parte de nuestra jornada
laboral. (-Hola ¿usted a qué se dedica? -Soy teleconferenciante y contestador
de correos electrónicos. -¿Pero no era médico? -Bueno, sí, de vez en cuando
atiendo a algún paciente).
El conductor cumple puntualmente con
su promesa y me deja frente a uno de estos espacios modernos, minimalistas y multifuncionales
que se han puesto de moda entre los organizadores de reuniones médicas. Bajo
del coche y una señorita uniformada se acerca a toda prisa.
-Vamos, doctor Pérez, tiene que ir
directamente al estrado, los asistentes ya están listos para su presentación.
No tenemos tiempo para repasarla.
-Pero la han recibido por correo
electrónico, ¿no es así?
-Sí, sí, no habrá ningún problema.
Cruzo la sala de conferencias, habrá
entre 200 y 300 personas a las que no puedo reconocer en la semipenumbra de una
pálida y ridícula luz violeta. Escucho la voz del moderador mientras me dejo
conducir hasta el atril.
-Bueno, finalmente ha llegado a
tiempo, Dr Pérez. Aunque no necesita presentación, diré que es un placer para
todos nosotros contar con el Dr Pérez, jefe del servicio de Endocrinología del
hospital Virgen de Arrixaca, un reconocido experto en antagonistas del receptor de la GLP-1. Su charla nos ayudará a actualizar
el tratamiento farmacológico de la diabetes tipo 2 de acuerdo con las nuevas
evidencias. Cuando quiera, doctor.
¡No me lo puedo creer! Recapacito y comprendo
que hubo un error en la recogida. Algún otro doctor Pérez debe estar frente a
una audiencia de neumólogos con cara de idiota, la misma que yo debo tener
ahora mismo. Un sudor frio me baja por la espalda. Intuyo que el moderador no
puede ver mi rostro por culpa de la absurda iluminación que se ha hecho tendencia
en este tipo de eventos. Yo tampoco puedo verlo a él con claridad. Pero la
gente que está en la platea sí puede identificarme a mí, los focos me apuntan
directamente. Saben que no soy yo. Busco alguna cara conocida en las primeras
filas, pero sólo veo gestos de incredulidad en un par de mujeres que, por edad
y vestimenta, deben ser gerentes o brand
managers de alguna empresa de medicamentos. En la pantalla que tengo detrás
puedo leer un título que me resulta ininteligible. Me falta el aire y entiendo
lo que debe sentir un asmático en plena crisis. Muerte o gloria. O reconocer
que todo ha sido un terrible error y escapar corriendo o salir del paso como
buenamente pueda. ¿Y por qué no? Soy un profesional, respiro hondo y miro hacia
la audiencia.
-Buenos días a todos. Creo que es
buena idea que me re-presente: soy otro doctor Pérez y es para mí un placer
estar aquí para hablar de un tema del que no tengo ni la más puñetera idea.
Me detengo para observar el efecto.
Ni una risa. Murmullos en la sala. Las gerentes farmacéuticas hablan entre
ellas, están a punto de echarse a llorar. El ambiente de la sala se ha hecho
denso, casi sólido y huele a drama. Continúo.
-Pienso que nos hemos acostumbrado
demasiado a utilizar el power-point y
a transmitir datos que cualquiera puede consultar en las publicaciones
originales mientras nos alejamos cada vez más de los aspectos fundamentales de
nuestra profesión. Esto se tiene que terminar y hoy yo quiero romper esta
tendencia. Por lo tanto, prescindiré de esta charla sobre antagonistas del no sé
qué para centrarme en el quehacer ordinario de un médico, en lo que realmente
somos todos los que estamos aquí. Es una vuelta a las esencias. Titularé
esta breve charla “un día ordinario en la vida de un médico de hospital”.
Como no puedo ver a la audiencia
imagino que pensarán que todo esto está preparado y que el laboratorio ha
contratado a una especie de “coach sorpresa” para que ejerza una poderosa y
positiva influencia en el espíritu colectivo de los presentes y se cree un
clima propicio para la marca a publicitar. Sigamos.
-Todo médico empieza su día a día con
el desagradable sonido de un despertador. Hay dos cosas diseñadas para irritar
la corteza cerebral, dos ruidos que no podemos ignorar: el despertador y los
lloros de un bebé. Ya podemos ponernos la almohada por encima de la cabeza que
es igual, en ambos casos la paz se ha terminado. Y seguro que a la mayoría de
nosotros, después de hacer un supremo esfuerzo para apagar el odioso artefacto,
nos asalta en ese momento el aluvión de obligaciones que tendremos que afrontar
en las siguientes 24 horas: pase de visita, consulta, reunión con el gerente,
teleconferencia, transporte de niños a las numerosas actividades extraescolares,
cita en el dentista o en la peluquería, compra en un Lecrerc o lo que sea. ¡Paren
eso!, ¡No lo permitan!. Les voy a decir algo importante, algo que
definitivamente puede cambiar sus vidas: lo que ocurre en los primeros 10
minutos del día marca de forma irreversible lo que sucederá después, o se jode
sin remedio o todo irá como la seda. La regla es evitar todo lo desagradable en
esos 10 minutos clave. ¿Quieren algún ejemplo? Pues verán, aún recuerdo cuando
no había desterrado al odioso tetrabrick de los desayunos. Medio dormido,
peleaba con la esquina superior, esa que tiene unas tijeritas dibujadas… trataba
de abrirla con los dedos, después con un cuchillo afilado … pero el resultado
era siempre el mismo, un chorro de leche en la mesa o en el suelo de la cocina.
Ese chorrito de leche que me obligaba a usar la bayeta ya me dejaba desolado, jodido
y malhumorado durante un buen rato. Les llaman “abrefácil”, se supone que es
algo al alcance de cualquiera, que no hace falta una habilidad especial, y eso me
deja como un inepto con la autoestima a ras de tierra. Por lo tanto, fuera
tetrabricks. Fuera también furibundos comentaristas de la radio, contagian la
mala hostia y sales a la calle con ganas de estrangular a cualquier tipo
aborrecible, un inmigrante asiático o un varón heterosexual, por poner dos
ejemplos extremos. Mejor aún, ¡fuera radio! La música es perfecta para empezar
el día y disfrutar de un merecido desayuno. Zumo natural, no sean tacaños … y
cuidado con la mantequilla. Si su médico no se la ha prohibido, eviten la frustración
de intentar esparcir mantequilla semicongelada en una tostada. La tostada nunca
sobrevive. Salir a la calle derrotado por un tetrabrick y una vulgar mantequilla
es comprar un pasaje hacia la desgracia.
Me vuelvo a parar un instante.
Compruebo que el terror no ha desaparecido de los rostros de la primera fila y
sigo sin escuchar una sola risa. Algo me dice que puedo salir trasquilado. Cojo
aire.
-Si están en su casa tendrán bien
controlado el funcionamiento de los grifos de la ducha. No tengan prisa. Dejen
que ese torrente de agua caliente les limpie de malos pensamientos, relájense,
echen su chorrito de champú en el pelo y enjabónense bien el cuerpo, con calma,
con movimientos suaves… ¡Eh! ¡Esas mentes sucias! ¡No me refería a eso! ¿Será
posible?...
Alguna risilla hacia el fondo, quizás
no termine en el diván de un psicoanalista.
-… Pero si están en un hotel tendrán
que enfrentarse con la malvada imaginación de los diseñadores de grifos. ¿Por
qué se empeñan en cambiar algo que ya es perfecto? ¿Dónde están los dos grifos
de colores azul y rojo, esos viejos amigos? ¿Dónde ha ido a parar la palanca
que se mueve de izquierda a derecha y que permite encontrar el punto justo de
temperatura metiendo el dedito con el método de “ensayo y error”? ¿Por qué tenemos
que entrar en la ducha como quien se sienta en el sillón de un dentista? ¿Por
qué hay que jugar al escape room en
el baño? Ahora me gustaría que fuesen sinceros y levanten la mano aquéllos que
en alguna ocasión no fueron capaces de ducharse en un hotel y no se atrevieron
a llamar a la recepción. Confiesen que han deseado la más dolorosa de las
agonías para los culpables. Yo reconozco que alguna vez terminé metiendo la
cabeza debajo del grifo del lavabo y haciendo una ablución de urgencia en los
sobaquillos. Vamos, sin miedo….
Algunas manos se levantan
tímidamente.
-Quiero ver más manos. Que esto se
convierta en el inicio de una revolución contra los diseñadores de grifos. ¡Vamos,
muerte a los diseñadores de grifos!
Alguna risa más y algún brazo que se
alza. Bien, parece que esto va mejor.
-No se puede empezar el día con una humillación
tan cruel y arrastrar la frustración hasta la próxima ducha. Así que, segunda recomendación:
comprobar los grifos del baño nada más entrar en una habitación de hotel. Pero
sigamos… están ustedes en su casa. Son médicos que acaban de solventar el
desayuno y la ducha y se preparan para una dura jornada. Otra cosa que jamás se
debe es ceder a la tentación de consultar el correo electrónico antes de salir a
la calle. ¿Por qué hacer eso? ¿Qué esperan encontrar? Se podría pensar que
existe cierto equilibrio y que las noticias que nos llegan por email se
repartirán equitativamente en buenas y malas. Eso es falso, no hay tal
equilibrio. Es improbable que encuentre una invitación de Scarlett Johansson
para cenar, o de George Clooney, pero es muy posible que aparezcan
notificaciones de reuniones, avisos del banco… y el temido el rechazo de una
revista para publicar ese artículo que te ha llevado meses escribir. Seamos
sinceros, fingimos que nos importa una mierda, que estamos acostumbrados, pero un
rechazo editorial te hunde por un buen rato, y si ocurre en los primeros 10
minutos del día es fatal. Aplacemos ese momento hasta que estemos bien armados,
a que un buen café y la ducha caliente hayan hecho efecto.
Las mujeres de la primera fila se han
rendido, se han resignado. Seguramente ya están pensando en algún otro
laboratorio que pueda aceptar su curriculum.
-Y ahora llega el momento de vestirse
para ir al trabajo. Eviten esa camisa que pica, recuerden aquellos jerséis de la
infancia, de lana y cuello vuelto, que les dejaban el cuello desollado.
Recuerden las inútiles protestas a su madre. “Qué va a picar, ese jersey no
pica. Venga, andando, que llegas tarde al colegio…”. Ahora ya han crecido y se
han ganado un sitio en un mundo libre de picores, no sean masoquistas. Sean benevolentes
consigo mismos. Es cierto que ese tipo que le mira desde el espejo ha conocido
tiempos mejores y da igual cómo se ponga el flequillo, las entradas se verán
con el primer golpe de viento, las arrugas están ahí, la barriguilla no va bien
como esa camisa slim fit que compró
su pareja pensando en el estudiante de medicina que fue, no en el médico que es…
pero tampoco están tan mal. Y si les asalta la duda, siempre podrán refugiarse
en las pacientes de más de 70 años, suelen ser bastante agradecidas…
-Bueno, ya tenemos a ese médico, a
esa médica, bien desayunados, limpios y elegantes, listos para salir al atasco,
para pelearse para encontrar un sitio donde aparcar, para atender a ese
paciente que nunca dirá que está un poco mejor, para soportar al plasta del
jefe, para….
Veo que las mujeres de la primera
fila hacen gestos de que corte… interviene el moderador.
-Bueno, doctor Pérez, gracias por su “presentación”,
pero creo que se nos está acabando el tiempo y debemos seguir con otros
interesantes temas…
-Pero si casi ni he empezado. “Es un
día en la vida de un médico”. Aún faltan 23 horas…pido permiso al moderador
para concluir mi charla, creo que con una horita más me podría bastar…
Escucho alguna risa.
-Lo siento, doctor, se ha terminado
su turno.
-Bien, entonces estaré encantado de
contestar las preguntas que se me hagan, incluso si son sobre los antagonistas
del receptor del no sé qué…
-Doctor, se ha terminado.
Bajo del estrado. Las mujeres del
laboratorio me miran con una expresión entre curiosa y enojada. No me paro a saber
qué sentimiento prevalece. Salgo por el pasillo de la sala, recojo alguna
sonrisa por el camino y me pregunto cómo le habrá ido al endocrino con su
charla sobre el asma grave.
Qué pena que te cortaron, me que quedado.....con ganas de leer lo que queda del dia...
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