Un curioso encuentro en el avión.
En esta entrada
contaré algo curioso que me sucedió en el 2014, durante un viaje a Valdivia
(Chile), donde me invitaron para dar una conferencia. Dado que es algo que
ocurrió realmente, omitiré los nombres que permitan identificar a personas que
quizás preferirían no figurar aquí.
Estoy en el
avión que me llevará de Santiago de Chile a Valdivia, previa parada en
Concepción, después de casi 20 horas de viaje. El último pasajero en entrar en
la cabina es un tipo rubio, de ojos azules, desgarbado, de barba descuidada y
de aspecto británico. Porta una enorme mochila. Se acerca a mi asiento (estoy
acomodado en uno de pasillo) y me dice:
-Eh man! Mi
asiento es el del medio. Es el mejor, es con mucho el mejor de todos! ¿Quieres
que te lo ceda?
-No gracias, no
me gustaría privarte del asiento mejor de todos. Así estoy bien.
El tipo pasa, se
sienta, y coloca su gran mochila sobre las rodillas. Le pregunto si quiere que
se la deje en el portaequipajes.
-No, loco! La
llevo así, no me importa. No me molesta nada.
Su aliento tiene
el inconfundible hedor del alcohol.
-Ya, pero sí me
importa a mí. Tu mochila invade la mitad de mi sitio.
-Ah, lo siento!
La pondré bajo el asiento de delante. Tú, cuando te moleste algo de mí, man, me
lo dices y yo me callo o dejo de hacer lo que esté haciendo, OK?
-Esa mochila no
cabe debajo de ningún asiento, es demasiado grande. Avisaré a la azafata para
que busque dónde colocarla.
-Nooo, Flaco.
Verás, la pongo así y todo se soluciona. Porque en la vida todo tiene solución,
no crees?
Coloca la
mochila en el suelo, bajo sus pies y me resigno a soportarla durante el viaje.
Mira descaradamente qué estoy leyendo.
-Eh man! Veo que
llevas un libro de JV. Es ese tipo que escribe de fútbol. Estuvo aquí hace poco
con FM, creo que son buenos amigos. Me gusta mucho el fútbol. Mira, llevo un
tatuaje de mi equipo, “La U”, Universidad de Chile. La U es el mejor equipo de
Chile, sabés? Tenemos más de 15 estrellas, no tantas como Colo Colo, pero no me
importa. Ése equipo es una mierda, era el equipo de Pinochet y Pinochet también
es una mierda, como Franco, verdad? Somos el equipo del pueblo, de la gente
llana y no necesito tener tantas estrellas como Colo-Colo.
Me enseña el
escudo del Universidad de Chile tatuado en su brazo.
-En el brazo
izquierdo, porque es el que más cerca está del corazón. La “U”. Es mi vida,
sabés? Porque un tipo puede trabajar todo el día como un burro, pero si tienes
el fútbol, si llevas la “U” grabada en el corazón, todo se puede soportar.
Lloro, río, grito, insulto, me enfado, me decepciono, pero me siento vivo. No
hay nada como la “U”. Mi padre era de la “U”. Mi abuelo era de la “U” y mi hija
es de la “U”. Es la mejor herencia que he recibido y la mejor que dejo.
Lo cierto es que
lo que me cuenta me recuerda mucho a mi equipo, el Atlético. Pero yo no vivo
con tanta pasión sus desventuras. Ni tampoco lo he recibido en herencia sino
como algo que llegó por simple casualidad. Por desgracia, mis hijos tampoco han
seguido mi ejemplo a la hora de ser hinchas y han entregado su corazón a otros
escudos (afortunadamente no el Madrid ni el Barsa).
-Además llevo
estos otros tatuajes.
Me enseña uno
que pone Claudia y otro que pone Julieta.
-Son mi mujer y
mi hija. Pero mira, mira, el más bonito es éste, el escudo de la “U”. A ti te
gusta el fútbol? Seguro, man, sino para qué leerías a JV?
-Sí, me gusta
mucho el fútbol, jugué muchos años en un equipo español, pero si leo el libro
de JV es porque salgo con su hermana. Además, no es un libro de fútbol.
Quizás debería
haberme callado. No había motivo alguno que me obligase a dar explicaciones a
un tipo que parece medio borracho y enteramente chiflado.
-Me matás!
Fuiste futbolista. Y de qué equipo eres tú?
-Del Atlético de
Madrid.
-Man! Eso es
increíble!. El Cholo es un loco! Estuvo a punto de ser el entrenador de la “U”.
Y tienes tatuado el escudo?
-Pues no, pero
sí tengo algo tatuado.
Le muestro mi
tatuaje en el brazo. Definitivamente le estoy siguiendo la corriente. Nunca
podré evitar ser una persona curiosa.
-Me has matado!
Déjame ver lo que pone (lo lee con cierta dificultad)… Pero si es genial… ¿Es
la primera vez que vienes a Chile?
-Pues sí, es la
primera.
-¿Y a qué
vienes?
-A dar una
conferencia en un congreso de médicos al que me han invitado.
-Pero si sós un
doctor! De qué?
-Soy neumólogo.
-Pues debes ser
el único neumólogo en el mundo que lleva un tatuaje en el brazo! Un doctor…Pues
yo tengo un trastorno bipolar, mira, mira el informe que me hizo mi doctor…
Saca su cartera
del bolsillo y extrae de ella un documento escrito a mano, encabezado con un
nombre alemán seguido de la especialidad: Psiquiatría. Por lo que he visto
hasta el momento, el diagnóstico parece acertado. En la hoja aparece detallado
el tratamiento recomendado y a mí me parece que no debe seguirlo muy fielmente.
El tipo tiene toda la pinta de estar en plena fase maniaca.
-Yo soy
cineasta. Tengo una productora que hace videos publicitarios, pero también he
dirigido una película: “MSM”. Está en youtube y puedes comprobarlo. Mirála, te
gustará. La vieron 15000 personas en las salas y la presenté en el festival de
San Sebastián, pero perdí dinero. Oye… si te molesto me lo dices y me callo.
Hace calor en la
cabina, así que me saco la chaqueta y me dispongo a dejarla en el
portaequipajes.
-Pero qué
chaqueta tenés! Es fantástica! Te la compro, ahora mismo. Cuánto vale?
-No la puedes
pagar, vale mucho.
-Cuánto vale?
-500 euros.
-Te doy 1000
euros ahora mismo, tengo mucho dinero.
-No necesito
dinero, pero sí necesito mi chaqueta.
-Te doy 1500
euros.
-Que no. Que no
quiero dinero, quiero conservar mi chaqueta, joder!
-OK, Ok…Man,
eres un tipo inamovible en sus convicciones. Eso me gusta, me gusta mucho.
El avión inicia
el despegue. Deben faltar dos horas de cháchara. Pienso en hacerme el dormido.
-Tenés miedo? No
tengás miedo, no pasa nada. Aquí hay muchos pantanos y el avión se mueve
bastante. Es por las corrientes de aire, por las turbulencias. Pero no te
preocupés, no pasa nada. Los pilotos están acostumbrados, saben lo que hacen.
No pasa nada.
Me atrapa una
mano y me la aprieta con fuerza.
-Suelta, no
tengo miedo. No estoy preocupado y no necesito que me cojas la mano.
Intento
soltarme, pero me agarra con ahínco.
-Es que te diré
algo, man… Yo sí que tengo miedo. Esta era una línea de autobuses que se
transformó en una aerolínea. Es una mierda, pero nunca pasó nada grave, un ala
que choca contra el suelo, un aterrizaje forzoso en un descampado…ningún
muerto. No vamos a morir hoy, verdad?
Le aseguro que
no. Pasan un par de minutos hasta que el tipo me suelta.
-Ya está. Ya
volamos. Y dime, cómo te llamás?
-Luis.
-Luis qué?
-Luis Pérez.
-Yo soy MC Slater. Mi abuelo era inglés.
-Encantado
Matías.
-Lo mismo. Y
dime, a qué vas a Valdivia?
-Ya te lo dije,
a dar una conferencia en un congreso médico.
-Sí, es verdad.
Perdona…si te molesto hablando, si querés dormir o leer me lo decís y no pasa
nada.
-Vale.
-Yo voy a
Valdivia a desitoxicarme. Soy cocainómano, y tengo que dejarlo por mi familia.
-Y por qué
empezaste?
-Yo que sé.
Imaginá que tenés un Ferrari y le echás el mejor aceite. El Ferrari vuela,
vuela como nunca lo había hecho. Sabés? Es increíble. La cocaína es increíble,
pero tengo que dejarla por mi familia. Tengo una mujer que está embarazada y
una niña. Querés verlas?
-Bueno, supongo
que me las enseñarás de todos modos.
Saca su iphone y
me muestra la foto de una mujer embarazada de unos 8 meses, completamente
desnuda y tumbada de lado sobre una cama. La foto es bonita, no tiene nada de
escabroso o erótico. Es simplemente en retrato de una maternidad.
-Te la enseño
porque sé que eres de fiar y porque no nos veremos más. Y ésta es mi hija.
Me muestra una
foto de una niña de unos 6 años.
-Son muy guapas
las dos, tienes buenos motivos para desintoxicarte. Espero que te vaya bien.
-He cogido la
mejor clínica. Estaré un mes y volveré limpio. Sabes? Cobran mucho, es la
clínica más cara, pero no quiero ahorrar ni un peso en algo tan importante.
Pero antes, man, me voy a correr una buena al llegar. ¿Quieres venir?
-No gracias, no
entra en mis planes ese tipo de juergas.
-Claro, claro,
no sós de esos tipos. De todas formas te daré el teléfono de un taxista de
confianza. Si querés minas, droga…lo que necesités. Es de confianza.
-Te lo
agradezco, pero no.
Busca un
teléfono en la lista e contactos de su iphone.
-Bueno, de todas
formas saca una foto del número por si acaso.
-Que no, que no
quiero. No lo voy a usar, para qué sacar una foto?
-Pues te mando
el número de teléfono al móvil. Me das tu número? Confías en mí?
Por alguna
estúpida y desconocida razón, le doy el número.
-Flaco, eres un
tipo íntegro. Gracias por confiar en un cocainómano.
-De nada.
-¿Cuántos años
tenés?
-48.
-48? Me matás.
Si no parece que tengas 40!. Yo tengo 40. Te ves muy bien. Verás. A mí me
gustan las minas, pero he estado con algún hombre, pero si no querés saber nada
de eso lo entiendo. Me decís que no y ya está.
Traza en el aire
una raya horizontal con su mano. Me apresuro a imitarlo.
-Ok, OK. Si a mí
me gustan las minas…Verás. Eh azafata! Azafata!
Se acerca una
chica joven.
-Eres preciosa!
Qué ojos tenés! Moriría por vos ahora mismo! Te amo!
La azafata se
sonroja y se aleja por el pasillo.
-Ves? Me gustan
las minas. Si esa mina me da 3 minutos, la rompo la concha. El único problema
es que se me pare. Alguna vez has estado con tres a la vez?
-Pues no.
-Pero man! Eso
tenés que probarlo, voy a llamar al taxista para que te espere nomás llegar.
Corre de mi cuenta.
-Gracias, pero
no.
-Claro, claro,
no sós de esos tipos. Si hablo mucho me lo decís y me callo.
-Vale.
-Las minas
tienen una papaya muy jugosa. Te gusta comerla?
Echo un vistazo
alrededor y me doy cuenta de que, además de la señora que está sentada al lado
de Matías, hay unos cuantos pasajeros más interesados en la conversación. Soy
una persona muy pudorosa para expresar mis intimidades, así que opto por
quedarme callado.
-Está bien, man.
No me digas nada. Pero yo sí te diré una cosa: hay que comerla. Es rica,
sabrosa, pero nunca te olvidés de meterla después. Nunca. Si no la metés no
encontrarán diferencia con lo que podría hacerles otra mina. Podrían pensar…
¿por qué aguantar a un tipo que le gusta el fútbol, que sale con los amigos y
que bebe cerveza si me hace lo mismo que otra mina? Hay que meterla, ése es el
hecho diferencial. No te olvidés. Nunca.
-Vale..
-Oye, no eres un
tipo de largos discursos, verdad? Perdona, cómo te llamabas?
-Luis.
-Luis, cuántos
días estarás en Valdivia?
-Dos.
-Valdivia no
vale mucho, pero los alrededores son bonitos. No perdás el tiempo en la ciudad.
Escucha, man, yo tengo un amigo productor, BB, que tiene una mansión en la isla
de Masera que está al lado de Valdivia. Lo llamo y le digo que vas. Esa isla sí
es realmente bonita. Es gay, pero si no quieres no te hará nada.
Trazo de nuevo
la raya horizontal en el aire.
-No, gracias,
Matías, pero ya estoy comprometido con la organización del congreso.
-Ok, OK. Si
hablo demasiado me lo decís y me callo…
-Vale.
La azafata se
acerca y nos ofrece unas bebidas.
-Pero es que sós
preciosa, estás para comerte! Eres la mina más espectacular que he visto en mi
vida!
La azafata
ignora los apasionados piropos con entrenada profesionalidad.
-Luis, si me
paso me lo dices, no quiero que me echen del avión en Concepción, tengo que
llegar a Valdivia a desintoxicarme por mi mujer y mi hija. Y por el hijo que va
a nacer. Sabés? Es un chico. Le llamamos el “frijol”. Mirá.
Me enseña la
foto de una ecografía.
-Si te dicen
algo no te preocupes, le diré que soy tu médico y que estás en tratamiento,
pero que estás bien controlado.
-De verdad?
Harías eso por mí?
De nuevo me coge
la mano y me la aprieta fuerte.
Trazo con la
mano libre una línea horizontal en el aire.
El avión
aterriza en Concepción con algunos bandazos pero sin más problemas. Una azafata
anuncia por la megafonía que tardaremos un rato en despegar porque el avión
debe recargarse de benzina.
-Azafata, cuánto
tardarán en echar la benzina?
-No lo sé. Un rato.
-Cómo que no lo
sabe? Yo echo todos los días benzina en mi auto y siempre sé cuánto voy a
tardar. Cómo que no sabe?
Le doy un codazo
y le susurro que tiene riesgo de quedarse en Concepción.
Al cabo pasa un
sobrecargo olisqueando el aire y comentando en voz baja, con una azafata, que
huele a alcohol. No debe referirse al aliento de mi compañero de viaje, no es
tan notorio para que alcance la otra punta de la cabina.
-Pero qué hacés?
Qué estás oliendo? Quieres oler mi pinga?
El sobrecargo lo
mira ceñudo. Yo le doy un nuevo codazo a Matías y murmuro una disculpa.
-Disculpe, es un
tipo de prontos, pero todo está controlado.
Afortunadamente,
no ocurre nada más hasta el despegue para Valdivia. Nuevo apretón en la mano.
-Es que le tengo
fobia a los aviones, sabés? Y eso que he viajado mucho. Estuve En España, en
Alemania, en Ruisa. También en Italia, Francia, Marruecos… Mi madre era
azafata. Yo me crié con mis abuelos y ella sólo aparecía de vez en cuando, pero
gracias a su trabajo he podido viajar a muchas partes del mundo.
-Y la echabas de
menos?
-No me acuerdo.
Pero sí me acuerdo de echar de menos a mi viejo. Se tuvo que exiliar en Francia
cuando lo de Pinochet. Hijo de la gran puta. Nunca más pude ir al campo de la
“U” con mi viejo.
El avión está nuevamente
en el aire y recupero la posesión de mi mano. Matías se dirige ahora a la
viajera que tiene a su derecha y que lleva unas grandes gafas de sol, de ese
tipo que recuerda a las divas del cine de los años 50. Uno se puede imaginar
perfectamente a Grace Kelly con esas gafas haciendo una entrada triunfal en
Cannes.
-Pero qué gafas
tenés! Son increíbles! Te las compro.
-No gracias, no
las vendo.
-100000 pesos.
-No, es que
tengo un problema en la vista, las necesito.
-150000 pesos.
-No puedo
venderlas.
-Matías…deja a
esa señora tranquila.
Al final,
siempre se acaba imponiendo mi natural tenencia paternalista.
-Bueno, Luis,
ahora voy a dormir un rato.
Sin más, cierra
los ojos y no vuelve a dar señales de vida hasta el aterrizaje. Me levanto y
recupero mis cosas del portaequipajes.
-Bueno, Matías,
espero que te vaya bien, te rehabilites, ganes un óscar a la mejor película
extranjera y tengas un hijo sano.
-Gracias, flaco.
Realmente sós un tipo legal.
Con el barullo
del desembarco, lo pierdo de vista. Al salir, un hombre espera con un cartel
con mi nombre para llevarme al hotel Dreams, el lugar donde transcurrirá el
congreso. Al bajarme del coche busco algún peso para darle una propina y me
encuentro un papel arrugado. “Llama al taxista. Es un verdadero profesional.
Disfruta de Chile, Flaco”.
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