La solitaria condición de las personas-espejo.
En una entrada
anterior hablaba de la importancia de los valores y también de la diferencia
entre lo “humano” (entendido como una desviación temporal de la conducta en
referencia a los valores que uno mismo considera básicos, motivada por la débil
naturaleza de las personas) y lo “blandengue” (interpretado como un abandono de
los valores propios, un cambio diametral de punto de referencia moral por miedo o por pura
conveniencia). Muchos somos humanos, bastantes son blandengues, pero hay una
tercera categoría mucho más infrecuente: las personas que rara vez se apartan
de sus valores. A estas últimas me gusta llamarlas “personas-espejo”, porque en
ellas podemos ver reflejada nuestra "humanidad" o "blandenguería".
Pongamos un
ejemplo. Imaginemos una oficina en la que trabaja desde hace años un grupo de
administrativos. Todos se conocen y han llegado a acuerdos más o menos
explícitos para llegar tarde de vez en cuando, para salir un rato a tomar un
café o hacer la compra, para leer la prensa o para cogerse una conveniente baja
en una fecha cercana a las vacaciones. Un día aparece en la delegación una
mujer joven, simpática, educada, atractiva, pero, sobre todo, escrupulosa en el
cumplimiento de sus deberes. No se mete con nadie, jamás critica el comportamiento
de sus compañeros. Se limita a hacer su trabajo lo mejor que sabe, cumplir los
horarios, resolver los expedientes y contestar puntualmente el correo corporativo.
¿Cómo creen ustedes que reaccionarán sus colegas? ¿Alabarán su
sentido de la responsabilidad o se comportarán con recelo, incluso con
hostilidad en algún caso? Mi experiencia me dice que este tipo de personas no
despierta simpatía. Son espejos para los demás, reflejan los defectos de todos
los que defienden la “humanidad” en el comportamiento, de los que no tienen interés alguno en mejorar y se autojustifican hablando de la imperfecta “naturaleza
humana”. Creo que esta puede ser la razón por la que muchos creyentes aborrecen
a los que se declaran ateos, por muy tolerantes que éstos se puedan mostrar con
la religiosidad ajena. Son tipos que no están dispuestos a creerse milagros,
mitos, resurrecciones, embarazos de procedencia divina, etc. En cierto modo,
están desautorizando la credulidad de los fieles y éstos pueden sentir su
conducta como un reproche, una muda recriminación.
Hay muchos casos
de personas-espejo. Durante los “años de plomo” los ha habido a cientos en
Euskadi y algunos de ellos lo han pagado con su vida. A mí me gusta
especialmente la historia del padre de Joachim Fest, un famoso periodista e
historiador alemán al que muchos reconocerán por el libro en el que se inspiró
la famosa película sobre los últimos días de Hitler: “El Hundimiento”. Este
autor cuenta en un emocionante libro (“Yo no”) cómo su padre se opuso frontalmente
al nazismo y la ruina que esto supuso para su familia. Lo hace desde el cariño
y desde la admiración, pero no se deja nada en el tintero: la hostilidad de los
vecinos, el abandono de los amigos e incluso los reproches de su esposa, que lo
acusó (con toda justicia) de llevar a la familia a la desgracia. Los héroes son un caso extremo de persona-espejo, y quizás mucha gente pueda ver en
ellos la sombra del fanatismo. Por
suerte, la mayoría de nosotros nunca llegará a saber si es o no un héroe,
porque jamás se verá en una situación límite que le obligue a definirse y, si
por causalidad, alguno de ustedes se reconoce como persona-espejo, sepa que
deberá elegir entre dos opciones, sobrellevar la incomprensión de la mayoría o
bien mostrar “humanidad” de vez en cuando para apaciguar la conciencia de los
reflejados.
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