Las leyes fundamentales de la emotrónica.
En Interstellar, la controvertida
película de Christopher Nolan (a mí me gusta mucho), se describía el amor como
la más potente de las fuerzas cósmicas, una energía capaz de trascender las dimensiones
del tiempo y del espacio y salvar a la humanidad de un destino fatal. Esto
puede sonar un poco cursi y, desde luego, no parece que tenga un fundamento
físico, pero hagamos un pequeño esfuerzo como cuando se apagan las luces en el
cine y démonos la posibilidad, por un rato, de “suspender la incredulidad”. Si
asumimos que la premisa de Interstellar es correcta, bien podríamos describir
una partícula verdaderamente divina: el emotrón. Un emotrón sería la partícula
elemental del amor y responde (hasta que la teoría no sea refutada) a las
siguientes leyes:
-La cantidad de emotrones es finita,
variable de persona a persona y cambiante a lo largo del tiempo.
-No existe relación entre dos
personas en la no haya intercambio de emotrones. Si no lo hay, no es una
relación. Los seres humanos tienen la necesidad de dar y recibir emotrones,
salvo en casos patológicos.
-El flujo de emotrones puede
ser uni o bidireccional. Nunca, o casi nunca, se da y se recibe la misma cantidad
de emotrones. Un claro ejemplo de esta desproporción son las relaciones entre
padres e hijos.
-Los emotrones que no se intercambian,
los que se dan sin recibir ninguno, se pierden. Los que no se dan, los que se
acumulan, también se malgastan. La pérdida total de emotrones conduce a una
situación vital muy grave: “el vacío emotrónico”.
-No es posible fingir un intercambio
emotrónico, la farsa conduce necesariamente a la pérdida de emotrones por acúmulo
y, si la situación se mantiene o se repite a lo largo del tiempo, se puede
llegar a alcanzar el temido “vacío emotrónico”.
Según todo ello, el aprendizaje de la adecuada gestión
del capital de emotrones (lo que suele llamarse educación sentimental) es el principal desafío en la vida de cualquier
persona. Y no es un reto fácil porque el flujo libre interpersonal de emotrones
se ve obstaculizado por sus antipartículas: el “flojón” y el “egotrón”. El “flojón”
es la partícula elemental del miedo a dar y no recibir emotrones y el “egotrón”
la que predomina en personas hambrientas de emotrones pero que son incapaces de
donarlos.
No es necesario llevar una bata
blanca y pasar consulta para darse cuenta de que hay mucha gente en situación
de desequilibrio emotrónico o incluso de completo vacío. Y es justo reconocer
que la sociedad actual no facilita en absoluto el natural flujo emotrónico.
Siento decir que los antidepresivos no crean nuevos emotrones, tan sólo ayudan
a sobrellevar el déficit, algo que ni siquiera logran otros sucedáneos como las
drogas o el “sexo impersonal”. Y tengo la incómoda sensación, echando un
vistazo alrededor, de que la situación se agrava de generación en generación,
posiblemente porque las condiciones laborales son cada vez más hostiles y exigentes,
la competitividad es más feroz y las herramientas que a cambio se proporcionan
a las personas (redes sociales, aplicaciones de internet para conocer gente, herramientas
de chat e intercambio de mensajes) no facilitan la creación de relaciones
sólidas en las que el intercambio emotrónico es natural y sencillo.
Pero no es mi intención ofrecer una
visión pesimista de las relaciones humanas. El déficit de emotrones es
reversible, e incluso el personaje más odioso y digno de lástima de la
literatura universal, el Mr Scrooge de Dickens, fue capaz de autodiagnosticar
su carencia e invertir la situación. La mayoría de las personas se las arreglan
para liberar sus emotrones de formas diferentes, ya sea ayudando en labores
humanitarias, profundizando en las relaciones de amistad o pareja, cuidando a
una mascota o a un ser dependiente (anciano o niño) y también para recibir la
dosis que necesita una vida satisfactoria.
Si los genios de la informática
quieren echar una mano a sus congéneres deberían desarrollar una aplicación
verdaderamente útil: el detector de emotrones.
Apreciado navegante, encuentro interesante su aproximación a las relaciones humanas basada en las leyes de la emotrónica. Coincido con Vd. en la fatalidad de llegar al temido vacío emotrónico e identifico fácilmente al tipo de persona carente de ellos. No obstante, su teoría me genera ciertas dudas que paso a exponerle:
ResponderEliminar- Es posible que no todo el mundo nazca con la misma dotación de emotrones, o que, si bien nacen con ellos, se desintegren en su infancia o no adquieran la capacidad de gestionarlos con otras personas? Estaríamos ante el ser anemotrónico, incapaz de generar empatía a su alrededor. Por el contrario, habría niños con alta dotación emotrónica a los que los padres deben guiar con mas cautela para que consigan equilibrar el mundo a su alrededor?. Esto podría habérseles ocurrido ya a los creadores de Star Wars, donde, de acuerdo con Obi-Wan Kenobi, Anakin Skywalker tenía un nivel de midiclorianos inusitadamente elevado, más de veinte mil por célula. Y de aquí, las últimas palabras del Padre, a Anakin Skywalker: «Eres el Elegido. Has traído el equilibrio a este mundo. Sigue ese camino y lo traerás también... a la galaxia. Pero cuidado... con tu... corazón. »
- Tienen carga los emotrones? No sería eso lo que explica porque podemos intercambiar emotrones con unas personas y, en cambio, con otras seamos incapaces? Es esa carga cambiante? Recientemente, un científico ha descrito las micropartículas Janus, que tienen dos caras con funciones diferentes y que puede orientar en el sentido deseado para conseguir una función determinada. Puede ser que nuestros emotrones, que en un momento de nuestra vida estaban completamente polarizados hacia los de otro ser humano sean afectados por sustancias segregadas en el cortex produciendo una rotación de las mismas consiguiendo un efecto indeseable?
- Es posible que haya emotrones de acción corta y otros de acción prolongada? Como sino explicar el fallo en mantener relaciones prolongadas en unos sujetos mientras que otros mantienen el intercambio emotrónico con la misma persona durante toda su vida?
- Y finalmente lo más importante, existe un paraíso que debamos buscar para colmar nuestra ansiada necesidad de equilibrio emotrónico, tal y como Ulises cruzó tierra y mares para volver a su ansiada Itaca? O es realmente la búsqueda de ese equilibrio lo que nos da la sabiduría para acabar gestionando cada vez mejor nuestro caos emotrónico en lugar de buscar un paraíso que no existe?. Decía Kavafis interpretando la Odisea que Ítaca es el camino, Ítaca es la vida misma: "Ítaca te dio el bello viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene más que darte."
Buena navegación...
Estimado Colmillo Blanco, creo que sus reflexiones aportan interesantes matices a la teoría emotrónica. Es evidente que hay personas anemotrónicas y otras con exceso de emotrones. Creo que ambos extremos son problemáticos, porque las primeras serán incapaces de donar (de sentir y demostrar afecto) y las segundas estarán eternamente necesitadas de un receptor, serán personas que nunca tendrán suficiente retorno, todo les parecerá poco y su demanda jamás se verá satisfecha. Lo normal (y también lo más sano) es estar entre esos dos extremos. También es posible que los emotrones tengan carga y sólo podamos intercambiarlos con algunas personas concretas, complementarias o afines. No creo que esto sea un problema, no es necesario sentir afecto por todo el mundo, el rechazo intuitivo que sentimos por algunas personas es un aviso que la mayoría de las veces el tiempo confirma.
EliminarY también es posible (especialmente en las relaciones sentimentales) que el intercambio emotrónico se interrumpa, por una o por las dos partes. ¿A quién no le ha pasado esto alguna vez?
Me pregunta usted si es factible el equilibrio emotrónico con una pareja durante toda la vida. Yo creo que sí, pero quizás cambian con el tiempo el número y el tipo de emotrones intercambiados. Para esto la física sí tiene una hermosa teoría, que fue formulada por Einstein-Podolsky-Rosen (paradoja EPR) en un intento de refutar la física cuántica (es irónico pensar que Einstein acertaba incluso cuando se equivocaba). Sin extenderme en ello (hay suficiente información en internet para quien sienta curiosidad): dos partículas que han interactuado en el pasado, y que ahora están separadas entre sí por una distancia enorme son capaces de "comunicarse" sin que exista nada, ningún canal de transmisión, entre las dos. En cierto modo, una sigue influyendo en la otra, a pesar de kilómetros de distancia o años luz; el cambio de estado de una de una de ellas afecta a la otra (u otras) de forma inmediata (y, por tanto, a más velocidad que la de la luz). Esto está expresado en la famosa fórmula de Dirac: (∂ + m) ψ = 0, que para muchos es la más bella y elegante expresión de lenguaje matemático que el ser humano haya creado hasta la fecha. Es la fórmula que podría sostener el argumento de Interstellar.
Ítaca es efectivamente el camino, la vida misma, pero aún tiene mucho que ofrecernos...
Agradezco sus buenas intenciones para conmigo y también le deseo una buena singladura esperando que nuestros caminos se crucen en el futuro.
Qué puta manía relativista de prescindir de la mecánica ondulatoria y deslizar gratuitamente teorías sobre las anchas espaldas del modelo estándar. El emotrón, como toda partícula, habrá de venir definido en su comportamiento por una función de onda. Sí reproducimos el experimento de Young en una discoteca, los emotrones ocupan simultáneamente todas las posiciones del espectro debido a su condición ondulatoria y a la propia naturaleza ondulada de las próximas de buen ver. Pero en algún momento la función de onda colapsa y todos los emotrones se alinean borreguilmente hacia un solo objetivo. Dicen que es la observación, pero estoy convencido que lo que colapsa la función de onda del emotrón es el gintonic, no sé ya si el segundo o el tercero.
ResponderEliminarOtra derivada importante del emotrón -máxime en estos tiempos- es determinar el balance de emotrones emitidos y recibidos a partir del cual el flujo de los mismos debe considerarse acoso o abuso sexual. Propongo establecer la constante Calvo para que pueda aplicarse directa e indubitablemente en los procesos judiciales.