La secta estoneriana.
Tiempo atrás
entré en una FNAC en La Coruña, siempre me resultó imposible resistirme a la
tentación de entrar en una librería y llevarme algo a casa. Curioseando entre
los ejemplares que se exhibían en un expositor, la mayoría novelas clásicas,
best-sellers o novedades que no me interesaban lo más mínimo, me llamó la
atención el libro de un escritor desconocido para mí, John Williams. Hice una rápida búsqueda sobre su obra en
internet y me enteré de que sólo había publicado tres novelas, una de las
cuales, Stoner, era la que tenía en ese momento delante de mí. Como las
críticas eran buenas y tampoco había otras opciones que me resultasen
atractivas, lo cogí y me acerqué a una caja para pagarlo.
-Cóbreme, por
favor.
El joven cajero
me miró con detenimiento. Era un chico flaco y desgarbado, con incipientes
entradas en su cabello rubio y gafas de pasta marrones.
-Perdone que le
haga una pregunta… ¿por qué ha elegido precisamente esta novela?
La pregunta me
sorprendió, no esperaba algo así.
-Pues, la verdad…
no lo sé. No había ningún otro libro que me apeteciese comprar, y supongo que
soy incapaz de salir de una librería sin nada…
-¿Conocía al
autor?
-Pues no, eché
un vistazo en el Google y leí opiniones favorables…
El cajero
asintió con seriedad.
-Es muy buena,
al menos a mí me lo ha parecido…aunque ya se sabe, cada uno tiene sus
preferencias.
-Seguro que
merecerá la pena leerla. Dígame cuánto es.
Con la novela en
sus manos, noté que el joven dudaba unos instantes perdido en sus propios
pensamientos. Finalmente pareció decidirse, levantó el rostro y me miró.
-¿Sabe? La dejé
ahí a propósito entre todos esos libros corrientes para averiguar quién se la
llevaría finalmente.
Supongo que
enarqué una ceja o hice algún otro gesto que delatase mi desconcierto, porque
el cajero se sintió obligado a aclarar su conducta.
-Oh, era simple
curiosidad…no había ningún motivo concreto, simplemente me pregunté si alguien
podía tener interés en ese libro.
-¿En el libro o
en el autor?
-En el libro. Stoner.
Los otros dos que se han publicado de Williams me son indiferentes. Éste, sin
embargo, es especial para mí, me causó una honda impresión cuando lo leí hace
un par de años.
La situación me
empezaba a resultar algo cargante, así que atajé una conversación que amenazaba
prolongarse con el discurso de un aficionado sobre la calidad literaria de la
novela. Me adelanté al tedio y le tendí mi tarjeta de crédito.
-Estupendo,
espero que a mí también me emocione, para eso es la literatura.
El joven me
cobró y me alargó una bolsa con mi compra dentro.
-Disfrútelo. Es
algo realmente singular.
A pesar de la
curiosidad que me provocó ee extraño encuentro, el libro descansó durante
semanas sobre la mesita de noche de mi dormitorio. Cuando finalmente lo leí, me
pareció efectivamente una buena novela, escrita con una prosa clara y precisa, más
profunda de lo que su trama, sencilla y corriente, podría parecer en una
lectura poco atenta. Narra la historia
de un profesor universitario, de humilde procedencia, que se apasiona por la
literatura medieval y la enseñanza, que fracasa en lograr el amor de su mujer y
su hija, y que se refugia en su profesión y en la estoica impasibilidad
heredada de unos padres granjeros, acostumbrados a lidiar con un clima hostil y
unas tierras yermas. La frustrada relación con su esposa, la indeseada
enemistad con el decano (consecuencia de su fidelidad académica) y la aventura
romántica que vive con una de sus alumnas están descritas con una pasión
contenida que emociona al lector. Escojo una frase sin rebuscar demasiado: “Se
abrazaron para que ninguno viese la cara del otro e hicieron el amor para no
tener que hablar”. Una descripción lúcida del “sexo triste” del que habla
Julian Barnes en una de sus novelas.
Olvidé la triste
historia de Stoner y seguí con mi vida, otros libros le sucedieron y
ocuparon mi atención hasta que un día, causalmente, volví a entrar en la Fnac.
El mismo cajero estaba en el mismo lugar de la última vez. Nada más verme salió
de detrás del mostrador y se dirigió a mí hablando atropelladamente.
-Hola, buenos
días. ¿Lo leyó? ¿Leyó Stoner?
Su impaciencia,
el fanatismo que se intuía en sus ademanes tenían un efecto intimidante en mí.
-Sí, lo leí.
-¿Y no le ha
parecido un libro especial, una obra maestra?
Su mirada febril
me disuadió de hacer cualquier comentario tibio. Le seguí la corriente.
-Sí, es un libro
realmente único. Muchas gracias por la recomendación.
El rostro del
joven se relajó y sonrió con complicidad.
-¡Lo sabía! Me
alegro de que le haya emocionado.
La situación me
pareció bastante grotesca, así que levanté la mano para despedirme y me dirigí
a la puerta. En esa ocasión, se me habían quitado las ganas de comprar algún
libro. Justo cuando estaba a punto de cruzar la puerta de la calle escuché de
nuevo la voz del cajero.
-¡Espere! ¡Un
momento, por favor!
Se acercó a mí y
me extendió un sobre.
-Es un separador
de libros, un pequeño obsequio…
Se lo agradecí y
me lo metí maquinalmente en el bolsillo. Un par de horas después, tomando un
café, me topé con el sobre. Contenía, efectivamente, un separador de cartón,
pero también una nota escrita a mano. “El sábado a las 19 horas, en la calle
Florida, número 4, piso primero. Lleve el libro”. Todo esto era absurdo… tan
surrealista que, por supuesto, acudí a la misteriosa cita.
Llamé a la
puerta señalada en la nota unos minutos más tarde de lo convenido con el libro
debajo del brazo. Un señor de pelo canoso y rostro inexpresivo me condujo en
silencio a una amplia biblioteca en la que se alineaban varias filas de sillas.
Observé que todos los estantes estaban vacíos y que las personas sentadas delante
iban vestidas con chaquetas verdes. Uno de ellos declamaba detrás de un atril
un texto que no conseguí entender bien. Creo que explicaba la decoración típica
de las casas americanas a principios del siglo XX. Cuando terminó, todos los
presentes se levantaron y se encaminaron mudos a la puerta. Yo hice lo mismo. Justo
antes de abandonar la estancia alguien me agarró del brazo. Me volví, era el
mismo chaqueta-verde que había dado la charla.
-Es usted nuevo,
¿verdad?
-Sí.
-No se preocupe,
se acostumbrará a nuestras pequeñas reuniones semanales. Lo importante es la
devoción por el libro.
No era difícil
imaginar que se refería a Stoner. Decidí no contradecirle.
-Sí, por
supuesto.
El hombre me
alargó un manuscrito y me guiño un ojo.
-Enseguida
entenderá la mecánica. Quizás no tarde usted en escribir su propia
reinterpretación del libro…
Sin saber a qué
se refería contesté que por supuesto, que sería estupendo hacerlo algún día.
Salí estupefacto
de la reunión y, ya en casa, me puse a revisar el texto. Era una curiosa
sucesión de palabras separadas por un número entre paréntesis. Como ejemplo:
casa (63; 1; 4). Leyéndolo, entendí que era la transcripción de la conferencia
que había escuchado poco antes y, después de un rato de reflexión, deduje que
los números hacían referencia a la página, línea y palabra de Stoner, como
si cada vocablo hubiese sido extraído de la novela de Williams y trasplantado
al legajo que tenía sobre mis rodillas. Lo comprobé cotejándolo con mi propio
ejemplar de Stoner. Me admiré del prolijo trabajo que suponía componer
un manuscrito utilizando palabras de otro libro y pensé que toda esa gente
estaba rematadamente chiflada. Por alguna ridícula razón que parecía sacada de
un cuento de Borges, un grupo de personas había decidido que en ese libro en
particular se ocultaba toda la sabiduría humana acumulada a lo largo del
tiempo. Sin embargo, quizás por curiosidad, o porque me encontraba solo y desinteresado
de lo que me rodeaba, continué acudiendo a esas reuniones y escuché charlas
sobre ingeniería, sobre literatura inglesa, sobre música sacra y apasionadas
vindicaciones del cristianismo, judaísmo e incluso del islam. Con el tiempo, yo
mismo compuse una modesta justificación del amor conyugal que titulé “Tú (1; 3;
12) eres (6; 8; 4) la (1; 3; 5) mañana (23; 13; 7) de (1; 2; 2) mis (7; 1; 3)
noches (53; 12; 9)”. Ahora soy el orgulloso propietario de una chaqueta verde y
estoy enfrascado en buscar músicos y matemáticos que me ayuden a elaborar un
código para buscar sonatas y fórmulas numéricas en el libro que todo lo
contiene.
Mira!
ResponderEliminarhttps://elpais.com/cultura/2019/12/26/babelia/1577377271_754034.html
Qué ganas de leerlo.
Feliz 2020!
Pues sí, mañana me compro El País. Es curioso lo que está pasando con este libro, tantos años enterrado y ahora aparece de forma insospechada por todas partes. Quizás sea una brillante campaña de marketing...
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