Crónicas del coronavirus (3).


Ya que no puedo hacer mucho más, me relajo cuando llego casa y escribo algunas frases que me ayudan a pensar con calma en todo lo que estamos viviendo. La situación en mi hospital está todavía controlada, el número de pacientes no es excesivo (tanto en la UCI como en la planta) y tengo a la mitad del batallón “en la reserva” por si acaso vamos cayendo los que entramos en la primera oleada. Los casos que tenemos hasta la fecha proceden casi en su totalidad del éxodo madrileño y de desafortunadas excursiones del IMSERSO, aún es posible trazar la procedencia del virus. Y voy conociendo un poco mejor a nuestro pequeño-gran enemigo. Causa una neumonía cuya gravedad es apenas perceptible a simple vista, hay que fijarse detenidamente en el paciente para apreciar que la frecuencia respiratoria es mayor de 30 por minuto (lo normal es sobre 16), una respiración superficial, no trabajosa, que se acompaña de crepitantes muy finos en la auscultación pulmonar y una disminución de la oxigenación sanguínea. Es decir, el coronavirus mata de una forma silenciosa, no dolorosa. Es un asesino que actúa con profesionalidad, sin sufrimiento innecesario, hasta se podría decir que de forma elegante. Me recuerda a la canción de Roberta Flack, Killing me softly, o también a algunos mafiosos que te decían “no es nada personal” antes de despacharte de un tiro en la cabeza.
Todos los días recibo información de mis compañeros de Madrid y de otros lugares de España, aquello es el apocalipsis. Y me hiere profundamente no poder ayudarles. He intentado habilitar el traslado de algunos pacientes a nuestro hospital o a otros en los que todavía hay bastante sitio, pero cada Comunidad está preocupada de sí misma. Sólo de sí misma. España no es un país, es una endeble agrupación de paisillos que se miran de reojo. Europa es lo mismo, a una escala un poco mayor. Res non verba dijo Catón el Viejo cuando Roma no se había convertido todavía en la fiesta decadente que hoy es Europa. Hechos, no palabras. Y lo que hemos recibido hasta ahora es una buena ración de las palabras de siempre: unidad, solidaridad, responsabilidad, etc. El sufijo -ad (o -dad) transforma un adjetivo en un sustantivo, tal vez de forma un tanto artificiosa, creando una categoría gramatical de significado ambiguo, vacío de significado en el momento actual. Los hechos son equipos de protección individual, pruebas de detección rápida del virus, reparto equitativo de los enfermos…pero los envíos de material y recursos son tan reales como el dinero americano de Bienvenido Mr Marshall. 
También hice un tibio intento de redistribuir especialistas donde ahora mismo no los hay porque han caído enfermos. Imposible. Un especialista en Galicia no podrá trabajar en Extremadura porque no tiene siquiera acceso al sistema operativo del sistema de salud de esa Comunidad. Nuestros compañeros agradecen el gesto, pero nos dicen que no puede convertirse en un hecho. Y es muy probable que tampoco nos diesen permiso para abandonar nuestras “fronteras”. De alguna otra Comunidad ni hablo, quizás nos preguntarían si sabemos hablar catalán o vasco. Cada palo deberá aguantar su vela.
Algo que me provoca mucha curiosidad estos días es el lento paso del tiempo, una sensación que he contrastado con otros colegas que están en mi misma situación. Las malditas manifestaciones que condenaron Madrid fueron el 8 de Marzo, no han pasado dos semanas y parece que fue hace un siglo. Es como si volviésemos a la infancia, aquella edad en la que los años eran eternos, cuando parecía que el verano jamás iba a llegar y un curso lectivo duraba 9 meses y 600 días (parafraseando a Sabina). Los psicólogos explican que el paso del tiempo que percibimos está directamente relacionado con la cantidad de nueva información perceptual que absorbemos. Y yo creo que en los próximos meses vamos a experimentar un aprendizaje acelerado. Quizás salga de esto con una edad mental de 80 años.

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