Crónicas del coronavirus (11).
No todo lo que ha ocurrido con el
coronavirus es malo. Creo que no es sólo una sensación mía porque me lo han
confirmado algunos compañeros, los profesionales que trabajan en el hospital
parecen estar más alegres, hay mucha más complicidad y compañerismo, nos
paramos a charlar con personas con las que no solíamos hacerlo, hacemos chistes entre nosotros, es como si todo
el mundo estuviese más feliz. Por supuesto, me refiero únicamente al personal
sanitario implicado en la atención directa de los pacientes con el COVID-19, sé
de sobra que hay un lógico sufrimiento en las habitaciones y que también lo hay
en muchas casas, pero me interesa el fenómeno local y me he preguntado cuál puede ser la razón que explique este aumento de felicidad.
Me convence la definición de felicidad
de un autor italiano (Felice, otro ejemplo de la influencia que el nombre ejerce
sobre las personas) que diferencia tres componentes esenciales, todos necesarios para
el logro de tan ambicionado fin:
-La liberación de las limitaciones
materiales. El disponer de lo necesario para vivir permite el desarrollo
personal y la libertad de decisión.
-Las relaciones sociales. En este
apartado se puede situar lo que yo he llamado “intercambio emotrónico”, que
puede ser de naturaleza variada (filial, paternal, familiar, amistosa, amorosa…).
-Algo ambiguo que llamamos “sentido
de la vida” y que ya comenté en una entrada anterior titulada “la hiperintención…”.
Se podría resumir con la frase: “si tienes un porqué encontrarás un cómo”.
Así, la felicidad no sería un objetivo
en sí mismo, sino más bien el resultado de un progreso equilibrado de estos
tres elementos. Algo que no tiene nada que ver con los burdos consejos de los
coaches, que limitan sus lecciones a la “actitud”, al engañoso “si quieres,
puedes” y algo que tampoco se parece a la extendida tendencia actual de conformarse con fingir
felicidad. Por supuesto, es más sencillo y más rápido hacerse un selfie con una
sonrisa artificial en un marco exótico y colgarla en las redes que perseverar
en esos tres componentes, algo que requiere tiempo y esfuerzo, quizás también cierto
talento natural. No me extenderé en esto, ya he escrito en alguna ocasión precedente
acerca de los “caraselfies” que tienen, como único fin, mostrar felicidad (falsa,
la mayoría de las veces) al resto del mundo. De los tres componentes, es
probable que el primero sea el más fácil de lograr, al menos en los países
desarrollados. Y en él se centran todos los esfuerzos de las sociedades
capitalistas, las campañas publicitarias y la santificación del consumismo. Gana
mucho dinero y serás feliz. Absurdo, por supuesto, un engaño desvelado hace ya mucho tiempo. Descuidar los otros dos aspectos lleva a los occidentales
irremisiblemente a las pastillas en la mesita de noche.
Las personas, en mayor o menor medida
(aunque la sociedad actual no lo facilita), se arreglan para intercambiar sus
emotrones y me parece probable que lo más complicado sea desarrollar el tercer aspecto y hallar el “porqué”. Creo que soy afortunado y mi oficio facilita en gran medida encontrar
un objetivo noble y exigente al que dedicar el tiempo y los esfuerzos, aunque
en muchas ocasiones me pregunte si lo que estoy haciendo con la bata encima
realmente contribuye a mejorar la vida de los pacientes. Para otros no será tan
sencillo y su trabajo sólo servirá para (en el mejor de los casos) liberarse de las limitaciones
materiales, pero siempre podrán buscar otro sentido en su vida (las labores
humanitarias, el deporte y el cultivo de alguna disciplina artística son los más
habituales) si tienen la voluntad y la capacidad suficiente para ello. Por otra parte, muchos médicos desperdiciarán su oportunidad ejerciendo su labor
de forma apática y rutinaria, lo que conduce al burnout, malcumplir con el trabajo sin placer, con la sensación de que éste carece de toda trascendencia. Sea cual fuere el porqué de cada individuo, parece claro que no basta con dedicarle algo de tiempo, hay que poner pasión y se debe buscar la excelencia.
Para las personas que viven en sociedades que todavía no han pasado por la Ilustración, queda la resignación en forma de creencia religiosa: la felicidad no es posible en este mundo, pero si aceptas seguir las normas la encontrarás después de la muerte. Algunos occidentales buscan el sentido de su vida en una religión monoteísta, han abandonado toda lucha por encontrar la felicidad entre los hombres, y otros adoptan alguna de las múltiples variantes del budismo, que básicamente se fundamenta en un "evita la influencia del mundo exterior y controla tus deseos para esquivar el desengaño". Pero esto último no es felicidad; si acaso, es bienestar.
Vuelvo a la pregunta inicial. ¿Por
qué las personas que atienden a pacientes con coronavirus parecen estar más
felices que antes de la llegada de la pandemia? Creo que se debe a que ven
reforzado el tercer elemento, de repente sienten que hay un porqué indiscutible
y reconocido por sus semejantes. Es muy probable que vivir una situación límite también podrá ayudarles a fortalecer el segundo aspecto y a mejorar sus relaciones
personales, al fin y al cabo, las dificultades compartidas pueden unir a las personas.
Nada en la vida, ni siquiera la
irrupción del COVID-19, es malo por completo.
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