Crónicas del coronavirus (14).
Ha sonado el gong, se terminó el
primer asalto. Y me enorgullece que mi hospital haya quedado bien retratado en
comparación con el resto de España. Más allá de la dedicación y competencia de
los profesionales, que no se discuten (actuar de otra forma sería
incomprensible) y que no son diferentes a las del resto de lugares, las
razones del buen resultado son dos: unas condiciones favorables y una buena
organización. Que teníamos unas condiciones propicias para que el impacto del
coronavirus fuese menor aquí (población dispersa en pequeños núcleos rurales,
ciudades de pequeño tamaño, menor número de desplazamientos por avión, coche o
tren, un hospital con suficiente espacio físico…) fue algo que ya anticipé al
inicio del brote, así que me voy a centrar en la organización, para la que tuvimos
un “tiempo extra” precioso, que fue clave para que las medidas de confinamiento
fuesen efectivas en Lugo (reduciendo el número de casos) y para introducir
cambios en el funcionamiento del hospital (algo que se debe agradecer al equipo directivo):
-Se logró que los profesionales más capacitados se
hiciesen cargo de la atención de los enfermos: se centró el ingreso de los
casos iniciales en una planta donde el personal de enfermería era experto en el
manejo de patologías infecto-contagiosas, se creó un grupo mixto de
especialistas en infecciosas y neumología que funcionó de forma armónica, consensuando
y discutiendo diariamente tratamientos y protocolos y se implantó una guardia
exclusivamente dedicada a tomar decisiones ante posibles casos de coronavirus. Resultó
esencial que todo eso se hiciese antes de la llegada del brote. Para mí, lo más
enriquecedor de esta crisis fue trabajar con compañeros con los que no había tenido
una relación profesional estrecha hasta la fecha. Ésta es quizás la mayor
enseñanza de la pandemia, algo que desgraciadamente nos distingue de la mediocre
“casta” política.
-Se hizo un esfuerzo para evitar contagios intrahospitalarios:
para ello se “apartó” a la mitad de la plantilla de la atención directa a
pacientes con posible infección COVID-19, ya antes de que el primer caso
llegase al hospital. Por supuesto, para que esto haya sido posible fue necesario
que el número de casos no desbordase la capacidad del centro. Dispusimos (con
puntuales carencias) de equipos de protección para atender a los infectados. “Sobreactuamos”
separando cada posible caso del resto de los pacientes ya desde su llegada al
hospital y nos comportamos como si cada “sospechoso” tuviese coronavirus hasta
que se hubiera demostrado lo contrario. Llevamos a cabo una exhaustiva formación
(previa a la llegada de la pandemia) en el correcto empleo de los equipos de
protección individual. Además, los servicios de preventiva y salud laboral actuaron
haciendo tests diagnósticos en casos de sospecha de infección. Con todo esto, el
porcentaje de contagios dentro del hospital fue menor que en otros lugares.
-Se organizó un equipo de
telemedicina formado por personal médico y de enfermería que permitió seguir
estrechamente a los casos diagnosticados, pero no susceptibles de ingreso, y
detectar precozmente un empeoramiento que facilitase el inicio temprano de un
tratamiento enérgico. Este dispositivo fue también empleado para vigilar
posibles recaídas en altas “precoces”, lo que ayudó a que los enfermos no se “atascasen”
en las plantas de hospitalización.
-Se implementó una atención específica
de los colectivos más vulnerables (las residencias de ancianos), supervisada
por geriatras expertos, para intentar reducir los contagios y también para
evitar ingresos hospitalarios.
En definitiva, se puede decir que
tuvimos suerte, pero la suerte hay que aprovecharla. Pero esto es sólo el
primer asalto y ahora queda organizar algo que es todavía más complicado:
integrar la atención del paciente con coronavirus en el funcionamiento normal
del hospital. Lo previsible es que sigamos teniendo casos de forma continuada a
lo largo de los próximos meses, con brotes más pequeños que el que hemos
vivido, y los objetivos son los mismos que hasta la fecha: tratar adecuadamente
a los casos graves y proteger de contagio a pacientes y sanitarios. A mi juicio
deberíamos hacer lo siguiente:
-Mantener la planta para el
tratamiento de las neumonías por coronavirus con atención mixta por
infecciosas-neumología.
-Los pacientes sin neumonía, que
precisan ingreso por otro motivo, deberían ser separados en dos grupos: “sospechosos”
y “no sospechosos”. Los pacientes “sospechosos” tendrían que ser identificados
en Urgencias y atendidos (con EPIs) en el servicio más capacitado para el
manejo de la patología específica. Por ejemplo, un paciente con una cetoacidosis
diabética y síntomas de infección vírica (fiebre, tos, etc), debería ingresar
en la planta de Endocrinología o Medicina Interna porque, de lo contrario, cometeremos
un error crucial: que el enfermo no disponga del médico y enfermeras más aptos para resolver su
problema. Lo mismo se podría decir en el caso de una parturienta o una fractura
de fémur. Este error podría ocurrir si se mantiene la organización actual, basada en agrupar a
estos pacientes en una planta de “sospechosos”, algo que ha sido útil para enfrentarnos
a la primera oleada, pero que sería ineficiente mantener de forma indefinida. Dado
que los especialistas no expertos en coronavirus tendrán lógicas dudas sobre
qué hacer, se debería mantener un equipo de apoyo específico formado por
médicos internistas. Además, considerando que la clínica de infección por coronavirus es muy
inespecífica y que personas asintomáticas pueden contagiar la enfermedad, tendremos
el problema de la posible exposición en los “no sospechosos”. Estos pacientes
deben ser atendidos en sus respectivas plantas con protección. Es decir, habrá
que usar bata, guantes y mascarilla quirúrgica (si es posible) en todos los
casos. Si esto no es factible, tendremos brotes de contagio intrahospitalario
entre pacientes y personal sanitario.
-En las consultas, todos los
ciudadanos deberán portar una mascarilla quirúrgica y también todo el personal
sanitario. Además, se debe garantizar una distancia de seguridad, la correcta
ventilación entre pacientes, y la desinfección de manos antes y después de cada
acto. Se deben poner en marcha programas de teleconsulta y minimizar las citas a las que realmente sean imprescindibles. En los casos en los que esto sea posible, los tratamientos hospitalarios crónicos deben ser administrados fuera del hospital, en el domicilio de los pacientes.
-Deberemos disponer de aplicaciones
que nos permitan identificar precozmente focos de contagio entre el personal
sanitario, para hacer test y, si es necesario, aislamiento. Estas herramientas deberían ser usadas por todos los trabajadores del hospital de tal forma que,
cada día, se tuviese un informe de la situación por plantas y servicios. Esto
será posible con la implicación del personal, tal aplicación ya está
disponible.
-Ante las prácticas de riesgo (técnicas invasivas, intervenciones quirúrgicas) se debería hacer, en los casos en los que sea posible, una prueba diagnóstica para descartar infección vírica. Esto implica disponer de test y reforzar el servicio de microbiología.
En definitiva, vamos a tener que
aprender a vivir con el coronavirus, aceptando que siempre existirá riesgo pero sin relajarnos para tratar de minimizarlo todo lo posible. El combate no ha hecho más que empezar y es nuestra obligación estar a la altura de las circunstancias.
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