Crónicas del coronavirus (16).
Simón, el hombre que no debería haber estado allí.
De todos los personajes que la
tragicomedia del coronavirus ha llevado a escena, Fernando Simón quizás sea el
más peculiar. Es el único outsider, el protagonista al que el gran guionista
ha otorgado un papel que no estaba preparado para interpretar, un médico incrustado
en un decorado político, una persona que está donde no tendría que estar. Y es
también un personaje que suscita furiosas controversias entre la ciudadanía.
Tengo la costumbre de cambiar de emisora de radio con frecuencia para enterarme
de los diferentes puntos de vista sobre cualquier tema. Se supone que, a grandes rasgos, la SER
representa a un sector de la población, y me ha llamado la atención el ímprobo esfuerzo
de esta cadena para rehabilitar el buen nombre de Simón, a quien tratan de
hacer pasar por un pobre mártir, blanco del odio de la intransigente ala
derecha nacional. Se resaltan su bonhomía, su capacidad de trabajo en una
situación de la máxima exigencia y también su curriculum vitae (que
personalmente desconozco). No voy a insistir en sus errores, a estas alturas
son bien conocidos. Por cierto, no recuerdo que haya pedido disculpas por ello
a sus conciudadanos. Y ese sincero acto de contrición nada tendría que ver con
el tibio “Podré haber cometido algún error…” de Pedro Sánchez, que lleva
explícita la duda (“podré”…) y en elipsis la parte más importante de la oración,
que debería quedar así: “hemos cometido errores en la gestión de esta crisis… y
estos errores han costado miles de vidas humanas”. Dicho sea de paso, yo jamás me he
sentido soldado de ningún ejército ideológico (soy otro outsider, como
Simón), pero desde fuera siempre me ha sorprendido la facilidad del comunismo
para lidiar con las grandes cifras luctuosas (la miseria bolivariana, el gulag
y la hambruna soviéticas, el “gran salto adelante” chino…). Supongo que cualquier
número se puede justificar en base de a gran ideal que, la mayoría de las
veces, se sitúa muy por encima de las personas.
No siento ningún odio por Simón, ni
siquiera lo conozco. He tenido suerte de que la pandemia no se haya llevado por
delante a familiares, compañeros o amigos y, como supongo le ocurrirá a la
mayoría de la gente, sentir “en abstracto”, dolerse por la muerte de miles de
desconocidos es más difícil que llorar por el sufrimiento de un solo ser
querido. Odiar a alguien con quien no se ha tenido trato es algo antinatural, pero el sentimiento de
justicia no lo es, es algo innato en el ser humano. Trataré de explicarme con un ejemplo. Soy médico. Creo que tengo el aprecio
y el respeto de mis pacientes y de mis colegas, acreditada experiencia y un curriculum
vitae que detalla el interés por hacer bien mi trabajo. Todo eso está muy
bien, pero si mañana me equivoco pasando la consulta y una mala decisión causa el daño o la muerte de uno de mis pacientes, estaré sujeto a que cualquiera de sus familiares pueda denunciarme y sentarme en el banquillo de los acusados. Eso no significará que me odien, estarán en su derecho de pedir que la justicia repare aquello en lo que se sientan legítimamente perjudicados.
Y cuando me presente delante del juez, no creo que a este le importe que haya
curado miles de pacientes, que tenga una tesis no copiada o que haya publicado
artículos en revistas médicas. Me juzgará por ese acto concreto y tendrá que
decidir si he sido negligente o no. Y si soy declarado culpable habré de pagar
por ello (una elevada multa o la suspensión de la licencia para ejercer la
medicina), algo que no nos hace ninguna gracia pero que los médicos aceptamos, asumimos que va con la responsabilidad de llevar la bata blanca. Un
solo fallo, nada más que uno entre miles de aciertos. Una sola persona
perjudicada, y ningún ciudadano verá nada raro en que yo pague por ello, más bien se
pondrán de parte de quien creen que ha resultado perjudicado y tampoco creo que la
cadena SER salga en mi defensa destacando mis virtudes personales o profesionales, ni que tache de
odiadores a quienes me pusieron la denuncia.
No odiamos a Simón, simplemente nos
preguntamos si un error que ha costado miles de vidas va a ser ignorado, al
mismo tiempo que se seguirá castigando con dureza (pero dentro de la ley) y llevando a las páginas de
los periódicos fallos médicos puntuales.
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