I can´t get no…satisfyer.


Mientras Galicia se convierte en el primer territorio español oficialmente libre de coronavirus y esperamos una avalancha estival de casos procedentes de otras comunidades, entre noticias de posibles vacunas y teorías que vaticinan rebrotes otoñales o la desaparición de la pandemia, encuentro en la prensa intermitentes pero unánimes loas al milagroso satisfyer. Y no deja de asombrarme esta pertinaz santificación de la autosatisfacción femenina, un triunfo más de la sociedad neoliberal, quizás el más brillante porque se hace pasar por progre, por feminista, un producto que tiene una naturaleza innegablemente capitalista. Me explico, nada más lejos de mi intención hacer una reprobación moral del onanismo, ni tampoco creo que sus practicantes sufran espinillas o sequedad neuronal como efectos adversos, pero me niego a aceptar que el uso del satisfyer sea una forma superlativa de erotismo. Más bien es lo opuesto, una negación del erotismo, porque éste, como una manifestación del amor, requiere el reconocimiento del “otro”, su aceptación con las ventajas e inconvenientes que ello conlleva. El amor es revolucionario y abre una ventana al sufrimiento, pero también es un poderoso antídoto contra el narcisismo depre de las sociedades occidentales (cito “La agonía del Eros” de Byung-Chul Han, otra de mis lecturas durante la pandemia). Necesita coraje y también humildad, porque el uno debe dejar espacio al otro.
El “espisteme” del neoliberalismo es la producción desenfrenada y también el destierro de todo lo negativo: la pobreza, la enfermedad, la vejez (para nuestra vergüenza, hemos podido comprobarlo durante estos meses), la muerte y el sufrimiento. Así, la sociedad actual enaltece los pactos de coexistencia agradable, los “follamigos” de fin de semana y los encuentros sexuales vía internet, que pueden ser más o menos divertidos, pero que nada tienen que ver con el amor. Eso sí, son buenos negocios para la industria turística o para las páginas web de contactos. Y el satisfyer, un verdadero éxito de ventas, encaja perfectamente en el modelo neoliberal. Orgasmos impersonales, desprovistos de frustración o contratiempos. ¿Qué será lo siguiente? ¿Un electrodo directamente implantado en el centro cerebral del placer sexual? ¡Mucho cuidado! Los ratones morían como chinos (como españoles en el siglo XXI) en el famoso experimento de Milner y Olds al preferir la palanca del orgasmo a la palanca del alimento…
El satisfyer es otro ejemplo de lo que podríamos llamar “vida blandengue”, la preferencia de la comodidad al riesgo. Se puede argumentar que la sociedad neoliberal estimula el riesgo, pero me temo que sólo en los ámbitos profesional y económico (el "tu puedes"...producir más). En lo personal es una evolución de las filosofías budista, estoica y cristiana, alienta la huida del sufrimiento, la blandenguería al fin y al cabo. El succionador tiene compañeros en la misma mesita de noche en la que descansa esperando el cambio de pilas…las pastillas. Pero las chungas, los ansiolíticos y antidepresivos que acechan a los occidentales blandengues. Quizás sea mejor eso que nada, pero, por favor, que no nos traten de engañar haciéndonos creer que es la mejor opción. No lo es. 

Comentarios

  1. Como mujer cincuentañera, que no cincuentona, he de decir que suscribo tus palabras. Pero también es cierto que en este mundo "neoliberal" que nos ha tocado vivir , es comprensible que los "artilugios", sustituyan a los "humanos".La razón? Dónde ha quedado el cortejo, los valores, el compromiso, la palabra, el bienhacer...es triste pero las esperanzas a veces se desvanecen y ahí entra , nuestro querido "satisfayer"

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