El doppelgänger.

 


Me llamo Antonio José Quintanilla Ridruejo y lo proclamo desde la primera línea porque es importante para la historia que quiero contarles. No es un nombre común, y por ello me resultó curioso (y fue motivo de chanzas entre mis compañeros) que ingresase un paciente a mi cargo llamado José Antonio Ridruejo Quintanilla. El hombre había tenido mala suerte, ya que había desarrollado una neumonía por coronavirus apenas dos días después de haber recibido la segunda dosis de la vacuna y, mas allá de las bromas, su pronóstico vital me preocupaba seriamente. Sus constantes vitales eran buenas, pero la oxigenación de la sangre estaba seriamente comprometida y necesitaba la aportación de un alto flujo del gas para asegurar el adecuado funcionamiento de sus órganos. Me presenté, le expliqué su enfermedad y la estrategia terapéutica que había decidido para curarlo.

-Curiosa coincidencia la de los nombres, ¿no cree doctor?

-Pues sí, la verdad es que desafía a las posibilidades estadísticas…

-¿Y cómo me encuentra, estoy grave?

-Bueno… digamos que lo que tiene es serio, pero estoy seguro de que saldrá adelante.

El paciente adoptó una expresión sombría…

-Permítame que lo dude doctor, los antecedentes no son nada halagüeños…

Charlamos un rato acerca de nuestras vidas. Yo siempre me había sentido un poco culpable por cómo me habían ido las cosas… éxito profesional, unos hijos modélicos, desahogo económico…en fin, los dioses habían sido generosos conmigo y jamás se me había pasado por la cabeza quejarme de nada. Su biografía resultó ser todo lo contrario…problemas de salud, fracasos en los negocios emprendidos, un divorcio traumático…

-Como ve, doctor Quintanilla Ridruejo, si tenemos en cuenta lo que me ha ocurrido hasta ahora, las perspectivas no son para tirar cohetes… y este virus no hace prisioneros.

-Bueno, en eso se equivoca, la mayor parte de las personas que contraen la enfermedad la sufren como un simple catarro. Yo mismo fui positivo…

-Ya, y no notó nada…

Algo en su entonación me inquietó y me llevó a cambiar de tema.

-Bueno, seguro que mañana empezará a notar la mejoría…

Pero sorprendentemente no respondió al tratamiento como yo esperaba, y al día siguiente estaba peor. Me acerqué a examinarlo, al pobre hombre le costaba ya mucho trabajo articular palabras.

-Se lo dije…doctor…pero sin embargo…estoy tranquilo…sé que usted va emplearse…a fondo…para que yo sobreviva…

Tardó unos segundos en recuperar el aliento. Hizo un gesto hacia su mesita.

-Acérqueme el móvil…por favor…

El teléfono mostraba una página web que trataba sobre el doppelgänger. No tenía ni idea de qué iba eso, aunque había estudiado algo de alemán y pude traducir la palabra como algo parecido a “doble andante”…

-Échele un vistazo…le interesa.

Pero yo no estaba con ánimo para mirar páginas de internet. Esa misma mañana hubo que ingresarlo en la unidad de cuidados intensivos y al cabo de un rato ya estaba intubado y conectado a un ventilador. Debo confesar que los días siguientes me olvidé del paciente. El intenso trabajo y una serie de desacostumbrados reveses (me denegaron una beca, uno de mis hijos sufrió un accidente, tuve una fuerte discusión con mi mujer…) retuvieron mi atención fuera de la práctica clínica. Pero unos días después me llamaron para hacer una broncoscopia en la UCI.

-¿Qué tal evoluciona el paciente?

-Pues qué quieres que te diga… mal. Creo que ahora se ha complicado con una infección por hongos, por eso necesito que saques una muestra de sus pulmones.

Hice la prueba como me pedían y pensé que el hombre estaba teniendo verdadera mala suerte, la vacuna le habría protegido si el contagio se hubiera producido unos pocos días después. Entonces recordé lo que el paciente me había mostrado. Busqué el significado de esa palaba, doppelgänger, y me enteré de que era un término que designa la existencia de un doble, un alter ego que representa lo opuesto a uno mismo. Recordé muchos ejemplos en la literatura (entre ellos la historia del Dr Jekyll y Mr Hyde que me había fascinado en la adolescencia) y también la curiosa coincidencia de nuestros nombres. Pero soy (o por lo menos lo era) una persona con una mentalidad científica, racional, así que deseché esos ridículos pensamientos de mi mente. Sin embargo, no podía dejar de sentirme inquieto por lo sucedido, y una llamada de mi asesor bancario comunicándome que mis inversiones habían sido seriamente comprometidas por la pandemia contribuyó a aumentar mi desasosiego. Era como si, por primera vez en mi vida, todo empezase a torcerse.

Entrelazamiento cuántico, dos objetos distantes (o personas) pueden compartir un estado cuántico común hasta el punto que lo que sucede con uno inmediatamente afecta al otro. Quizás este asunto no fuese tan irracional, ¿y si hubiese una base científica que explicase toda esa cadena de coincidencias? Al fin y al cabo, en medicina actuamos así en muchas ocasiones: primero detectamos una asociación estadística o un hecho infrecuente y después buscamos la explicación.

Resolví implicarme activamente en el caso del señor Ridruejo. Estuve pendiente de su evolución, atento a los resultados de las pruebas realizadas, presto a comentar las alternativas con los médicos intensivistas. El paciente mostró signos de una ligera mejoría al tiempo que mis acciones se recuperaron un tanto y la relación con mi mujer se despejó. Después de un largo periodo de tiempo, con altibajos y momentos de incertidumbre, habiéndome ganado el respeto de mis colegas por mi implicación por el paciente, éste superó definitivamente la fase más grave del proceso y volvió a la planta de hospitalización. Los primeros días apenas era capaz de moverse y no podía hablar debido a la traqueostomía que se le había practicado en la UCI, así que nuestras entrevistas consistían en repetidos monólogos que él escuchaba atentamente. Yo le decía que, efectivamente, la coincidencia de los nombres era chocante, pero que no había nada más que eso, que nuestras vidas habían transcurrido de forma independiente y así lo seguirán haciendo en el futuro. Confesé que la casualidad me había llevado a un compromiso emocional desacostumbrado, pero que no creyese que había otra motivación más allá de lograr su completo restablecimiento. Cuando pude cerrar su herida traqueal y recuperó el habla, pasó días contestando a mis preguntas con monosílabos, siempre ensimismado, como ausente o desinteresado en todo lo que no fuese la rehabilitación. Finalmente, meses después de su ingreso, llegó el momento de darle el alta y, entonces, sí habló.

-Doctor. Doctor Quintanilla Ridruejo… agradezco todo el esfuerzo que usted ha empleado en mi curación… pero sé que lo ha hecho por egoísmo, por propia conveniencia. Y no importa, es lógico, todo el mundo actúa de acuerdo con sus intereses, usted no tendría por qué ser distinto.

-Escuche, yo…

-No se moleste doctor. Para mí está todo muy claro y no me va a convencer. Además… ¿acaso importa? ¿No le van bien las cosas?

Lo cierto era que sí, todo había mejorado en las últimas semanas hasta situarse en el punto de partida, mi hijo se había recuperado por completo, mi economía doméstica marchaba viento en popa y el futuro conyugal parecía plácido. No respondí a su pregunta directamente.

-Oiga, ¿necesita algo? ¿Puedo ayudarle de alguna manera? ¿Le hace falta dinero…?

-No, no…es inútil. No es eso lo que necesito, y usted lo sabe. En fin…deme el informe, me marcharé…espero que volvamos a encontrarnos en el futuro. De hecho, sé que así será.

Recuerdo que pasé inquieto la temporada inmediatamente posterior a la salida del paciente, pero el día a día se fue imponiendo hasta dejar relegado al olvido el curioso incidente…hasta que unos meses después recibí una carta en mi domicilio. En ella, José Antonio me pedía una breve entrevista. Leerla me irritó, no cabía esperar nada bueno de ese encuentro. Pensé en no acudir, en poner una disculpa, pero juzgué que eso no serviría nada más que para posponer lo inevitable, él seguiría insistiendo hasta que no me quedase otro remedio que ceder, así que decidí coger el toro por los cuernos y presentarme en una cafetería del centro. Él ya me estaba esperando en una de sus mesas.

-Hola doctor, tiene buen aspecto.

No podía decir lo mismo de él, su apariencia era desaliñada y su rostro mostraba un tono cetrino poco saludable, pero sus ojos resplandecían febriles en las hendiduras que dejaban unas llamativas ojeras. Me señaló una silla.

-Supongo que estar aquí, lejos de su mundo, le estará resultando profundamente desagradable, doctor, así que seré breve y no le entretendré demasiado. Después del alta, traté de empezar de nuevo, de olvidar lo que desde el primer momento me ha parecido evidente. Pero fue inútil, nada cambió. Los hechos no suceden porque sí, sin más, siempre hay una razón, una causa para todo. Y usted y yo estamos enlazados, doctor. Su buena suerte es mi mala suerte y usted, como ha podido comprobar ya, me necesita para que las cosas le marchen bien.

-Vamos, hombre, no se va usted a creer que es mi responsabilidad…

Me interrumpió con un gesto impaciente.

-Lo diré de otra forma. Usted me necesita, por eso se esforzó tanto en sacarme a flote, pero, al contrario, su existencia ahoga la mía, doctor.

-Verá, Jose Antonio, creo que necesita ayuda médica, yo puedo ayudarle…

-No pierda su valioso tiempo, sabe que no iré a ningún psiquiatra.

Comprendí que tenía razón. Era absurdo tratar de convencerlo de algo que ni siquiera yo podía aceptar a estas alturas. Exhalé profundamente.

-Vale, vale. Supongamos que tiene razón…

Esbozó algo parecido a una sonrisa.

-Vamos, doctor…

-Supongamos que tiene razón. Estoy dispuesto a compartir mi buena fortuna con usted, ¿qué me dice? Me lo puedo permitir.

-¿Me está hablando de dinero?

-Sí, dinero. Puedo proporcionarle una vida desahogada…pasarle una mensualidad.

Negó enérgicamente.

-No servirá de nada, doctor. Usted lo sabe. Algo ocurrirá, un robo, una enfermedad…cualquier desgracia. Sólo tengo una solución, una única posibilidad.

Me estremecí, sentí que hablaba muy en serio.

-Pero es absurdo… lo que está pensando es algo criminal, ¡lo demandaré!

-Doctor…no tengo nada que perder.

Todavía hice un último intento.

-Además, no sabemos qué ocurriría... quizás eso no cambiase nada, quizás incluso lo empeorase.

-Ya le dije que no tengo nada que perder.

En eso tenía razón. Abandoné toda esperanza de convencerlo.

-Entonces, ¿para qué me ha citado aquí?

Se levantó y dejó unas monedas encima de la mesa.

-Tenía una deuda con usted, doctor. Ahora estamos a la par.

Se alejó sin mirar atrás.

Reflexioné mucho sobre ello, pero en ningún momento caí en la tentación de pensar que se trataba de un farol. Tomé la única decisión posible. Con dinero y con algún contacto (algún tipo de pacientes puede ser de ayuda en momentos difíciles) solucioné el problema. Lo visito de vez en cuando, me preocupo por su bienestar, en especial por su salud… faltaría más siendo médico. Además, no soy mala persona, no me gusta hacer daño a nadie, así que insisto a sus “cuidadores” en que no le falte de nada, que lo vigilen estrechamente y… sobre todo, que no dejen nada al alcance de su mano con lo que pueda lastimarse.

Final alternativo: 

Reflexioné mucho sobre ello, pero en ningún momento caí en la tentación de pensar que se trataba de un farol. Tomé la única decisión posible. Con dinero y con algún contacto (algún tipo de pacientes puede ser de ayuda en momentos difíciles) solucioné el problema. Le busqué un apartado retiro en una “institución privada” a cargo de unos dedicados y serviciales carceleros. No soy mala persona, no me gusta hacer daño a nadie, así que insisto a sus “cuidadores” (con el apoyo de buenas propinas) en que no le falte de nada, en que lo vigilen estrechamente y… sobre todo, que no dejen nada al alcance de su mano con lo que pueda lastimarse. Lo visité con frecuencia. Curiosamente, el hombre nunca mostró odio o rencor por lo sucedido, más bien resignación, o por ser más exacto, aceptación. Poco a poco nuestras conversaciones se fueron haciendo más profundas, y me atrevería a decir que también más íntimas. Le llevaba libros de filosofía, de física o divulgación, que después discutíamos en largas veladas con una cerveza en la mano, pero siempre separados por una “barrera” de seguridad. Hablamos del significado de lo azaroso, de la libertad, de la posible conexión entre seres diferentes, de nuestras vidas. Lo hacíamos con completa libertad, sin tapujos y sin falsa cordialidad. Llegué a esperar los encuentros con ansia, y sentí que entendía mejor, o estaba más próximo a su punto de vista después de cada conversación. Llegué a entenderlo por completo, incluso a apreciarlo sinceramente. Y es por eso que hoy estoy aquí, escribiendo estas líneas, y esperando pacientemente a que llegue el momento de una agradable charla con el doctor.


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