Duelo de titanes
Estoy en la sección de vinos de un
supermercado, sosteniendo la mirada desafiante de un hombre, con una botella en
la mano y dispuesto a todo. Les contaré cómo he llegado hasta esta ridícula
situación.
Ya han pasado más de dos años desde
que el coronavirus irrumpiera por sorpresa y cambiase para siempre nuestras
vidas. La ilusión que habían despertado las vacunas se fue desvaneciendo a
medida que surgían nuevas cepas que escapaban de las defensas humanas. Yo perdí
mi trabajo en los primeros meses de la pandemia, pero no me quejo, ahora tengo
una tranquila y bien remunerada labor como “okupa legal”. Me pagan por habitar
varias casas e impedir así que sean okupadas de forma ilegítima. Lo peor es el
aspecto social, tengo 41 años y mis necesidades…con el inconveniente de que no
me siento cómodo en las webs de citas y aplicaciones de móvil, justo el método
que ha adoptado la mayor parte de la población para buscar pareja. Así que he
empezado a frecuentar la “hora-singles” que han implantado algunos
supermercados con gran éxito comercial. He de reconocer que mis primeras
visitas se pueden calificar como sonoros fracasos. Ninguna mujer preguntó por
el número que lucía en la banderita de mi carro de la compra y la posibilidad
de conseguir una cita me fue pareciendo cada vez más y más lejana. Acudí a una
amiga psicóloga en busca de consejo.
-La verdad, no lo entiendo, yo creo
que no estoy mal…conservo el pelo, no tengo barriga…
-No, no estás mal… pero algo falla.
Supongo que no irás vestido con un chándal, ¿verdad?
-No, claro que no. ¿Por quién me
tomas?
-¿Y qué llevas puesto?
-Pues algo cómodo…unos vaqueros, un
polo y una cazadora…
-Verás, en tiempos de crisis lo mejor
es ofrecer el aspecto de alguien desahogado, que se gana bien la vida pero que
no quiere presumir de ello. Yo te aconsejaría cambiar la cazadora por una
chaqueta elegante y calzarte unas sneakers que te den un aire juvenil.
-Vale, de acuerdo. ¿Y qué más?
-Algo muy importante. ¿Qué metes en
el carro de la compra?
-Pues lo típico, unas cervezas,
congelados, refrescos…
-¿Estás loco? Eso echaría para atrás
a cualquier mujer con dos dedos de frente. Tu cesta de la compra debe revelar
equilibrio, no un catálogo de comida basura para solteros descuidados. Te
aconsejo meter fruta, verdura, algo fresco (carne o pescado) … pero también
elementos que demuestren cierto hedonismo, que sabes disfrutar de la vida. Pon
una buena botella de vino a la vista. Que la mujer se pueda imaginar
compartiéndola contigo.
-Vaya, me dejas maravillado. Tus
consejos parecen de lo más razonable. Te haré caso.
-Ah, y no olvides comprar comida de
perro.
-Pero si no tengo perro…
-Da igual, el amor por los animales
nos resulta conmovedor. Hazlo.
-De acuerdo, de acuerdo… ¿pero si
llegado el caso descubre que no lo tengo?
-No importa, ya habrás pasado el
filtro. Y siempre podrás inventar algo…hasta que el perro se murió y estás
desolado por ello.
Así que vuelvo al supermercado
ataviado según el consejo de mi amiga. Doy unas vueltas con el carro número 16,
guardando distraídamente los artículos recomendados. Me fijo en una mujer que
pasa a mi lado. Lleva su cabello rubio recogido en una coleta, viste con estilo
un traje ejecutivo y tiene un rostro sereno y clásico. Buen tipo, elegante, me
gusta. Veo con agrado que me mira de reojo e intuyo haberle causado una buena
impresión. Así que me dirijo a la caja y pido una tarjeta con el número 7 de su
carro, confiando en ser correspondido. Doy un par de vueltas más esperando
cruzarme con la mujer. La veo en la sección de lácteos eligiendo yogur griego.
Yo escojo un buen queso para tomar ventaja y colocarme a su lado, esperando el
momento de que se dé la vuelta para sonreírle. Pero ella está mirando en
dirección opuesta, donde acaba de parar su carro un tipo de unos 40 años,
vestido con vaqueros, chaqueta, polo y sneakers. En su cesta de la compra
destaca un gran paquete de comida para perros ¡Maldito capullo! Es evidente que
me enfrento a un duro rival bien asesorado. La mujer se da la vuelta y me
obsequia con una tímida sonrisa que me apresuro a corresponder. Las cartas
están echadas y me dirijo a la caja de pago esperando el ansiado match. Me
pongo a la cola, pero me doy cuenta de que falta algo muy importante.
¡La guinda del pastel! Me acerco
apresuradamente a la sección de bebidas alcohólicas para elegir un buen vino. Pero
allí está el odioso tipo sopesando una buena botella de Protos crianza. ¡Joder!
Se las sabe todas… No hay más remedio que echar el resto, nada de arrugarse en
el momento crítico. Le miro fijamente a los ojos y, parsimoniosamente, estiro
el brazo para coger un Pingus, que cuesta más del doble. El tipo no se arredra.
Saca el Ribera del Duero del carrito y lo devuelve a la estantería. Contraataca
con un Ramón Bilbao, reserva del 2015. ¡Cabronazo! Debería detenerme aquí, el
riesgo de que esta inversión sea ruinosa e improductiva es muy alto, pero soy incapaz
de soportar esa sonrisilla de suficiencia, así que doy el definitivo golpe en
la mesa. Un Vega Sicilia Valvuena, la cuarta parte de lo que gano actualmente
en un mes. El tipo baja la mirada y ese simple gesto lo compensa todo.
Acudo a la caja de pago con mi rival
pisándome los talones. Ahora es el momento de saber quién de los dos ha
resultado elegido por la atractiva mujer. Ambos guardamos en el bolsillo una
carta con el número de su carro, los dos esperamos que ella lleve el nuestro.
Si así ocurre, nos lo harán saber de forma discreta.
Nuestra solicitada dama está pagando
justo en este momento. Le entrega a la cajera una tarjeta con un número que no
se puede ver desde aquí. Apenas puedo contener los nervios. La chica sale de
detrás del mostrador con la tarjeta en la mano y se dirige hacia nosotros. ¡Mierda,
me sobrepasa!, sobrepasa también a mi rival y llega casi al final de la fila
para inclinarse al oído de una robusta mujer de unos 40 años, de pelo corto y
rasgos marcados, que sonríe cuando entiende lo que acaba de ocurrir para
después enviar un guiño hacia donde está la ya inalcanzable mujer. Así que
cuando llega mi turno pago religiosamente los 200 euros del vino y busco la
esperada mueca de burla en el rostro de mi antiguo oponente, pero lo único que
adivino es comprensión. Se encoje de brazos con resignación y alza su botella
de Rioja antes de enfilar la salida. Yo, por mi parte, necesito sacar algún
provecho de la situación, así que marco de nuevo el número de la psicóloga. Me
debe algo.
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