Lo más importante es que lo más importante sea lo más importante (Stephen Covey).
Diego Garrocho ganó un premio
periodístico, el premio “David Gistau”, con una columna titulada “Carta a un
joven postmoderno” (https://www.elespanol.com/opinion/tribunas/20210115/carta-joven-postmoderno/551314865_12.html). En ella, el autor ratifica sin
ningún atisbo de piedad la condena de un joven a la melancolía y a la ruina
vital. El personaje representa a una generación de occidentales desilusionados,
depres y autocompasivos que avanzan a trompicones con el único sostén de una
caja de pastillas en la mesita de noche y una suscripción a Netflix. El
diagnóstico es contundente e inflexible, la pérdida de rumbo se debe al
abandono de valores sólidos y a la incapacidad de sustituirlos por otros que
puedan proporcionar eso que se llama “sentido de la vida”. El artículo me ha hecho
pensar. Reconozco sin dificultad ese prototipo de persona que, aún sin
carencias materiales, es incapaz de llenar su tiempo con actividades
verdaderamente satisfactorias. Lo veo diariamente en la consulta, lo puedo
imaginar en un retiro en las montañas acompañado de un chamán peruano, estudiando
la Cábala sin descanso o en una reunión de intelectuales tratando de encontrar
sentido a un pasaje de Lacan. ¿Y cómo se llega a esto? ¿Tiene razón Garrocho?
Ahí va mi versión particular…
Los valores son convicciones
personales (determinadas por la educación, sociedad, vivencias…) acerca de cómo
es correcto comportarse. Podríamos decir que es algo individual (también social
cuando los valores son compartidos por un grupo amplio de convivientes), algo que
asienta en el núcleo de la personalidad de cada cual pero que aflora en
situaciones concretas. Es decir, los valores sólo se manifiestan cuando hay que
tomar decisiones y actuar en consecuencia. Una persona es más o menos
consecuente en la medida en la que sus acciones estén de acuerdo con estos
valores. Y, normalmente, los actos humanos están dirigidos a la consecución de
objetivos.
¿Cuáles son esos objetivos? Aquí me
voy a apoyar en el procedimiento que habitualmente utilizamos en la
investigación clínica. Una vez que identificamos una pregunta que queremos
contestar, elaboramos una metodología que nos permita hallar la respuesta, y en
este proceso es esencial la definición clara de los objetivos del estudio, que
se dividen en primario (o primarios) y secundarios. En mi opinión, las personas
deberían identificar cuáles son sus objetivos vitales primarios y cuáles deben
ocupar un lugar secundario. Creo que la causa fundamental de la melancolía occidental
reside en la confusión de objetivos, en asumir como primarios algunos que deberían
ser secundarios. Desde mi punto de vista, son fundamentalmente dos los
objetivos primarios: hacer una labor que uno mismo considere importante (para cada
quien y para la sociedad) y mejorar el nivel de felicidad de las personas con
las que nos relacionamos (familia, compañeros, amigos…). Es de suponer que el
logro de estos dos objetivos permitirá un flujo de emotrones adecuado, algo absolutamente
necesario para el tan ambicionado y difícil equilibrio emocional. Lo repito
cada vez que se me presenta la oportunidad, soy un privilegiado porque el
oficio de médico me pone al alcance de la mano uno de esos objetivos, sólo tengo
que esforzarme en el otro. Pero esto no es así para muchas personas, no se sienten
orgullosas de su labor ordinaria y tienen que acudir a lo que yo llamo “causas”:
protección del medio ambiente, defensa de la mujer, ayuda a los desfavorecidos,
independentismo… Imaginemos por ejemplo a un gris oficinista catalán, que echa
un vistazo al reloj cada pocos minutos con el anhelo de que las agujas alcancen
la hora de fin de jornada. Un día acude por curiosidad a un mitin independentista.
Se convence y se involucra. Ahora reparte octavillas en su tiempo libre, monta
mesas informativas en la calle, recrimina a cualquiera que no se dirija a él en
la llengua, quema una bandera española de cuando en cuando. Este hombre es otro,
ya no es un mero oficinista, ahora es un patriota que lucha contra la opresión
de su nación, a sus propios ojos ha crecido a hombros de una causa noble, algo
que merece el reconocimiento de sus vecinos y de su familia. Creo que la
búsqueda de “causas” se ha convertido en una necesidad social, no sé a qué
esperan los ayuntamientos para ofertar una “oficina de causas” a los ciudadanos.
Los objetivos secundarios no tienen
nada malo en sí mismos, sólo lo son si los exageramos y pretendemos que
sustituyan a los objetivos primarios. Veamos algunos:
-Consumismo. A todos nos gusta vivir
bien, y el entorno (publicidad, presión social, etc) nos empuja al consumo. El
problema es caer en el “consumo inducido”, aquél que es innecesario y se nos
inculca desde fuera. Cuando el objetivo primario es tener dinero para comprar bienes
que más que satisfacernos nos esclavizan, nos situamos a un paso de las
pastillas (los coches caros son un ejemplo perfecto de esto; los utilizamos
como una forma de demostrar “éxito” a los demás, pero más que servirnos a
nosotros nos obligan a seguros caros, plazas de aparcamiento, revisiones,
limpieza periódica, recambio de ruedas, compra de combustible, etc). El exceso
materialista se aprecia bien en las generaciones sucesivas de millonarios: una
vez que el esfuerzo no es obligatorio, que el objetivo primario de hacer algo
respetable no existe, se hacen necesarios objetivos secundarios para ocupar el
lugar vacío. La consecuencia final de ello, dramática la mayoría de las veces,
aparece cada poco en la prensa y las personas que levantaron el imperio financiero
(que no son tontas) tratan de evitarla haciendo que sus hijos “empiecen desde
abajo”.
-Budismo, yoguismo, estoicismo… y
algunos ismos más. Para algunas personas el principal objetivo vital es evitar
el sufrimiento. Eludir el dolor es lógico y razonable, hacer de ello la clave
de arco es absurdo y empobrecedor, conduce a una anti-vida de emociones tibias
y desleídas. Yo no me quedaría en la isla de los lotófagos, sería una vida
monótona y aburrida… y me preocupa qué sucederá en el futuro con fármacos como
la esketamina (Spravato®), capaces de eliminar el sufrimiento
emocional con una simple pulverización nasal, una versión real del “soma” de la
novela de Huxley. “Se murió mi madre, voy a la farmacia a por Spravato®”.
-Gafapastismo. Asumir que lo
principal en la vida es la acumulación de conocimiento, que disfrutar de la
pintura, la literatura, el teatro… son suficientes para justificar la existencia,
deviene en el típico cultureta occidental aburrido, tristón, solitario e
inapetente que tan bien refleja Garrocho en su artículo o que podemos encontrar
en cualquier novela de Carrère o Houllebecq.
-Solbarriguismo. El turismo no
debería pasar de ser, en el mejor de los casos, un entretenimiento más. A mí me
cuesta entender que la gente se apelotone en los aeropuertos, sufriendo largas
esperas y retrasos para llegar a un todoincluido masificado en el que harán
aquagym y beberán mojitos en el borde de una piscina similar a la que hay a un
kilómetro de su casa. Pero cada uno es cada uno, no hay problema si eso satisface
a un amplio grupo de la población. El problema está en que viajar (me hace coña
eso de “yo viajo para empaparme de la cultura de otros pueblos” cuando lo que
hacen es pasearse por un mercadillo y comer algún que otro plato tradicional) sea
la principal motivación de una persona que después mostrará orgullosa las fotos
en cualquier red social.
-Cachopismo. A quién no le gusta
comer bien de vez en cuando…pero de ahí a hacer de ello una filosofía vital, a organizar
los planes o elegir destinos turísticos por el único motivo de pegarse una
buena panzada, hay un trecho de considerable relevancia.
-Iromanismo. Me encanta hacer
ejercicio, pero todos conocemos a personas que dedican todos sus esfuerzos al running,
ciclismo, gimnasio u otras disciplinas deportivas. Considero que hacer deporte
es algo que mejora considerablemente el bienestar de una persona, pero creo que
hacer de ello el principal objetivo vital es un error, pero debo reconocer que
al menos te sentará mejor un traje.
-Mascotismo. Sobre personas que han
sido domesticadas por animales no puedo aportar nada a lo que Daniel Gascón
escribió en El País acerca del tema: https://elclubdelospoetasdigitales.blogspot.com/2021/08/la-ciudad-de-los-perros-de-daniel-gascon.html?m=0
-Publicacionismo. Esto es algo muy
típico en el sector médico, en colegas que hacen del acúmulo de artículos
publicados en revistas científicas el objetivo principal de su vida. De nuevo, investigar
y publicar los resultados de los estudios es algo provechoso, nos hace mejores
profesionales, en ocasiones (raras) mejora el conocimiento y tratamiento de las
enfermedades, pero esta variación del “yo la tengo más grande” puede ocultar (a
veces incluso sepultar) el verdadero propósito de nuestra profesión: ofrecer la
mejor atención posible a nuestros pacientes.
En fin, seguro que hay muchos más
objetivos secundarios. Insisto en que en su justa medida no son malos, se trata
de que no ocupen el lugar de lo más importante. Los filósofos griegos dedicaron
grandes esfuerzos a investigar en qué consiste “una buena vida”, cómo
aprovechar el tiempo del que disponemos y conservar cordura y equilibrio
emocional. No hay reto más importante que ese.
Comentarios
Publicar un comentario