HomeHealthcare Inc.
Durante un tiempo todo fue bien. Cumplíamos sobradamente todos los criterios que se supone definen una relación sana y productiva: intereses comunes, valores compartidos, diversión, buen sexo… un sobresaliente en cualquier test de revista de peluquería. Quizás haya sido el tiempo, que nunca suma, o el desgaste que inevitablemente aparece en las convivencias prolongadas, pero yo tengo la convicción absoluta de que un hecho concreto abrió una expansiva brecha en nuestra relación. Un hecho y una fecha, aquella en la que decidimos contratar HomeHealthcare.
-Venga, Sergio. No es caro, todos
nuestros amigos lo han instalado ya.
El programa no era una novedad, pero
sí había supuesto un avance en la pujante industria de las aplicaciones de
salud. Por lo demás, su funcionamiento era el habitual: un wearable, un cierto
número de señales que se transmiten a una estación donde un algoritmo las
analiza y finalmente las devuelve en una interfase que en este caso consistía
en una pantalla de televisión instalada en el dormitorio a través de la cual
una amable señorita llamada Cindy resumía el estado de tu salud. Un ejemplo:
“Buenos días, Sergio. Tu tensión arterial es hoy 130/90, tu nivel de glucemia
120 mg/dl, tu colesterol en sangre alcanza los 210 mg/dl, has dormido un total
de 6 horas y 12 minutos, de los que 41 de ellos han sido sueño profundo,
caminaste 4753 pasos en las últimas 24 horas, el cortisol en plasma es de 13
mcg/dl y has ingerido 85 gramos de alcohol desde ayer. Tu índice de masa
corporal es 25,3. Deberías esforzarte por mejorar tu dieta, caminar más y
reducir el consumo de cerveza. Hoy hace un día fantástico, soleado y templado,
disfrútalo”.
Debo confesar que la aplicación nunca
me gustó. Por varios motivos. No me hace ninguna gracia que un algoritmo me diga
lo que debo hacer, y nunca estuve seguro (a pesar de que la compañía lo
garantizaba) de la completa confidencialidad de los datos. A pesar de todo, al
principio fue objeto de bromas bienintencionadas.
-Oye, Sergio, Cindy dice que ayer
roncaste durante 47 minutos, menos mal que a mí me dice que tengo un sueño
profundo…tienes suerte conmigo, cariño.
O bien:
-¿¿Qué?? ¡Oye! ¿Has visto tus constantes
hoy, Sergio? ¿Estás enfermo?
-No te preocupes, reina. Ayer Koke
durmió con el wearable.
-Jajaja. Serás payaso…
Koke es nuestro perro. Tuvo la suerte
de no padecer todas las actualizaciones que con asombrosa celeridad HomeHealthcare
implantaba en la aplicación y que iban desde la medición del nivel de estrés mediante la concentración de catecolaminas en sangre hasta la intensidad de los orgasmos de Marta. Con todo,
la iniciativa empresarial fue un éxito y su uso se generalizó con gran rapidez.
Los parámetros de salud se hicieron motivo habitual de conversación entre
amigos y no tardó en llegar el momento en que el bienestar físico se convirtió
en un valioso activo que, como el dinero, establecía diferencias sociales.
-Sergio, ¿puedo hablar un momento
contigo?
-Claro, jefe. Cuéntame.
Mi jefe es un tipo trabajador,
agradable y podría decir que íntegro.
-Verás, es que no has compartido
conmigo tus datos de HomeHealtchare…Ya sé que no es obligatorio, pero todos lo
hacemos y creo que su finalidad es buena. La empresa se preocupa por la salud
de los empleados e incluso está dispuesta a ayudar a corregir todo lo que no
esté bien.
-Gracias, jefe. Lo pensaré.
-Venga hombre, anímate. Eres un
empleado modélico. No me gustaría ver cómo te quedas a un lado. Si te opones al
progreso, te convertirás en un dinosaurio.
Marta era (y lo sigue siendo) una
mujer alegre y de buen fondo. No dejó de serlo incluso cuando empezó a tomarse
en serio todo lo relacionado con la aplicación de salud. Dietas, entrenadores
personales, running y otras prácticas similares fueron ganando importancia en
nuestras vidas.
-Querido ¿no crees que deberías hacer
algo más por mejorar tu forma física?
Ella lo decía con su mejor sonrisa, pero
el espejo del baño le daba la razón cada mañana, mi índice de masa corporal de
26 asomaba en forma de ondulantes michelines y las ojeras eran el testimonio
visible de la mala higiene de sueño. Al mismo tiempo, debo reconocerlo, ella
estaba cada día más radiante y atractiva, aunque a mí me habría gustado de
cualquier manera. Lo intenté. Durante una temporada cambié mis hábitos de
alimentación, me inscribí en un gimnasio…pero todo ello suponía un sacrificio.
Lo mío es un sillón con un buen libro y una cerveza sobre la mesa. No tardé en
abandonar.
El siguiente paso de la compañía
(brillante desde su punto de vista) fue crear una red social para que todos los
usuarios de HomeHealthcare pudiesen compartir sus experiencias, cómo habían
corregido los pequeños desajustes que iban apareciendo, qué cambio físico,
psicológico o incluso espiritual se había obrado en sus vidas… Se establecieron
afinidades y se organizaron fiestas. Marta me insistió para ir a una de ellas. Fue
un error, creo que en toda mi vida me sentí tan fuera de sitio. La gente tomaba
bebidas biosaludables y reía comentando los progresos que habían hecho en las
últimas semanas. Mi mujer charlaba animadamente con un tipo alto y musculado. Quizás parezca una idiotez, pero no pude soportarlo, comprendí que hacía mejor pareja con él que conmigo, me marché sin avisar y me metí un par de whiskys de penalty. Estaba
triste, sentía que todo esto había terminado con nuestra complicidad, que
habíamos tomado caminos diferentes y que la separación no era más que una
cuestión de tiempo. Además, me juzgué culpable por no haber podido acompañarla
en su trayectoria, por no haber tenido la fuerza de voluntad necesaria para
ello. No era más que una ruina precoz con sobrepeso y un nivel de colesterol
peligrosamente alto. Llegué a casa de madrugada, borracho como una cuba. Marta
me estaba esperando despierta. Farfullé una disculpa.
-No sigas, cállate. Antes de decir
nada, ¿no notas un cambio en la habitación?
Aún en el estado en el que me
encontraba fui capaz de comprobar que la pantalla por la que Cindy asomaba su
imagen diariamente había desaparecido. Me quedé estupefacto.
-Anda, idiota, ven aquí. Me importas
más tú que un algoritmo… Además, no sé por qué le tenías tanta manía,
calificaba mis orgasmos con muy buena nota y algo tendrás tú que ver con ello…
Nuestra vida siguió adelante sin
Cindy. No puedo decir que la eche de menos, pero a veces, cuando veo a Marta
consultar su móvil con tanta frecuencia, medir las calorías de cada comida o
madrugar para ir al gimnasio, no puedo dejar de preguntarme si realmente se ha ido o si finalmente ganará el pulso.
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