Un cálculo erróneo.

 


Es noche cerrada y llueve copiosamente, pero no me importa, dejo que la lluvia empape mi pelo y resbale formando regueros sobre mi rostro. Corro, no para mojarme menos, sino para alcanzarlo justo antes de que se meta en el coche. Lo agarro por un brazo.

-Supongo que no se ha fijado en que este parking es para motos, ¿verdad?

El tipo titubea un momento.

-Ehh, no…disculpe, pero es que no se ven bien las marcas.

No le suelto. De hecho, aumento ligeramente la presión sobre su brazo.

-Pues yo creo que sí lo sabía. Yo creo que hizo un cálculo y no le salió bien.

Es un hombre de unos 35 años, fuerte, con aspecto deportivo. Veo cómo la duda deja rápidamente paso a una expresión de resolución, quizás incluso de furia, y pienso que sólo es un pobre tipo que ha tenido mala suerte.

-Ya le he pedido disculpas. ¡Ahora suélteme!

Lo sujeto todavía con más fuerza. Clavo mi mirada en sus ojos. Él no podrá verla, pero sé que aún así podrá sentirla en toda su frialdad, en su completa falta de empatía.

-Le estoy diciendo que ha hecho usted un cálculo erróneo, parecido al que hicieron los antivacunas, pensando que no les iba a tocar. Usted previó que podría dejar aquí el coche, en un sitio prohibido, impidiendo que los motoristas puedan aparcar donde les corresponde, y que nada a cambio iba a ocurrir, que nadie se molestaría en litigar por ello. Y 99 de cada 100 veces hubiera tenido razón. Esto sólo es una excepción. Eso sí, desgraciada desde su punto de vista.

Ahora el tipo bracea enérgicamente. Dejo que se libere. Su respiración es agitada.

-¡Joder! ¡Está usted loco! ¡Lárguese ya de aquí antes de que le meta una hostia!

Suspiro mientras meto la mano en el bolsillo de la gabardina para sentir el contacto metálico.

-Verá. Es de noche, he comprobado que no hay cámaras de seguridad. Nadie me asocia con usted, es una zona sin vecinos cerca, así que no se darán cuenta si se arma algún jaleo. Nadie sabrá nunca nada. No se hallará una explicación.

Ahora el tipo lo capta. Lo entiende de forma instantánea e intuitiva. Siento su pánico mientras hurga entre las sombras intentando ver mi rostro.

-¡Déjeme en paz! ¡Váyase de aquí!

Trata de sacar su móvil con movimientos torpes y temblorosos. No me cuesta lanzarle una patada a su mano y quitarle el teléfono, que vuela hasta aterrizar en un charco con un ligero chapoteo.  

-Verá, no soporto a las personas aprovechadas. Creen que pueden hacer su voluntad, que los demás son débiles y no ofrecerán resistencia. Creen que siempre se van a salir con la suya. No respetan las normas, se sienten fuertes y seguros. Pero siempre hay alguien más fuerte.

El tipo ahora está aterrorizado. No acierta a decidir si meterse en el coche o salir corriendo. Mientras, sin ninguna prisa, yo saco la navaja automática y la abro. Él escucha el chasquido, quizás incluso haya sido capaz de ver un tenue destello en la oscuridad. Sé que ahora debo actuar rápido, así que me adelanto, lo agarro por el cuello y hundo la hoja allí donde sé que no hay remedio. Su cuerpo apenas se agita unos segundos, deja escapar algo parecido a un ronquido y es un peso inerte cuando lo dejo caer suavemente sobre el asfalto mojado.

Limpio la navaja en su ropa y la guardo de nuevo en el bolsillo. Antes de irme le dedico una última frase.

-¿Sabe usted? Yo ni siquiera tengo moto.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La pandemia del virus SMQ

En defensa del oficio de médico (tal y como yo lo entiendo). Aclaraciones.

La “revolución cultural” en medicina.