Cirugía estética, nuevo espejo del alma.
La velada había sido perfecta. El
marco, un gastrobar de moda que aun siendo accesible a un público amplio no
había renunciado a la cocina de autor. La compañía…qué puedo decir de ella… nada
más y nada menos que una G1. Hermosa, culta y con estilo, la pareja con la que
cualquiera podría soñar. Una suerte inesperada para un “inclasificable” como
yo. En cualquier caso, me sentí obligado a hablarle con franqueza después del
brindis.
-Querida, el tiempo que he pasado
contigo es inolvidable. He disfrutado cada minuto de tu compañía. Me he reído,
me he emocionado, he aprendido y… (guiñé un ojo) hemos bailado en perfecta
sincronía, tanto en vertical como en horizontal.
Ella esbozó una sonrisa traviesa.
-Esto suena como la obertura de un oratorio que vendrá a continuación.
La verdad es que había estado dándole
vueltas, sopesando los pros y los contras, indeciso acerca de dar el
paso o no. Pero la decisión ya estaba tomada y no era cuestión de volverse
atrás.
-Pues sí. He decidido pedirte las
fotos de cuando eras más joven. Ya sé que yo soy un “inclasificable” y que no
tengo derecho moral para hacerlo, pero, por otra parte, creo también que será un
acierto poner todas las cartas boca arriba. Especialmente cuando estamos
pensando en dar el paso de vivir juntos y tener hijos.
Ella no se sorprendió. Más bien
pareció que lo esperaba, pero tampoco dejó pasar la oportunidad de reconvenirme
de forma educada.
-Estar contigo es lo mejor que me ha
pasado en la vida hasta ahora. Te quiero y deseo tanto como tú dar ese
siguiente paso. El hecho de que seas un “inclasificable” no ha sido obstáculo
para que me enamorase de ti y en ningún momento he tenido la tentación de
volverme atrás. Sabes que soy G1, y no por ello me siento superior. En realidad,
nunca he creído mucho en todas estas cosas, pero si tú necesitas esas fotos,
las tendrás.
Aún conmovido por su respuesta, mi
pensamiento se volvió hacia el pasado reciente para repasar la cadena de
acontecimientos que había desembocado en la tentación de hacer esta extraña
petición a mi pareja.
Todo empezó con la publicación de un
artículo médico que, en su momento, tuvo una amplia difusión y que todavía hoy
puede ser consultado en la red (doi: 10.1016/j.celrep.2022.111257). Un grupo de
investigadores, utilizando un algoritmo de reconocimiento facial, identificó
parejas de personas con un gran parecido. No había ningún tipo de parentesco ni
relación entre esos individuos, pero en muchos casos eran como dos gotas de
agua. Lo original del estudio fue descubrir que la similitud de los rostros se
traducía en concordancia genética. Una especie de corroboración científica del
dicho popular “la cara es el espejo del alma”. Y también un nuevo impulso para
las ya muy antiguas conjeturas acerca de los “dobles” que tantas páginas literarias habían protagonizado.
Este primer artículo fue el inicio de
un boom en el desarrollo informático del reconocimiento facial y dio lugar a
nuevas investigaciones que demostraron que los dobles no solo compartían genes,
sino comportamientos individuales y sociales muy similares. Sería, en definitiva, como si existiese un número grande, pero no infinito, de posibles “moldes
genéticos”, o clústers por utilizar el lenguaje técnico. Cada clúster, denominado
mediante una letra y un número, contiene un número variable de individuos con
semejanza genética y un análogo comportamiento vital. Por ejemplo, mi pareja es
una G1, un grupo que se caracteriza por una supervivencia más allá de los 85
años en el 92% de los casos, un coeficiente intelectual medio de 125, una
probabilidad muy baja de adicciones tóxicas (menos del 15%) y un alto
porcentaje (> 75%) de éxito profesional. Yo, sin embargo, soy un
“inclasificable”, un sujeto que no encaja dentro de ninguno de los clústeres identificados
hasta la fecha. Esto, en sí mismo, no es ni bueno ni malo, pero la
imposibilidad de hacer predicciones fiables de acuerdo con mis rasgos faciales
me convierte en una persona incómoda por lo imprevisible. Las personas, en
general, siempre hemos tenido una baja tolerancia para lo contingente,
aspiramos a una seguridad que, en el fondo, no es más que ficción.
La identificación de los diferentes
clústeres tuvo rápidas y graves implicaciones sociales. Dependiendo del grupo
en el que cada persona quedase englobada, las posibilidades de acceder a un
buen puesto de trabajo, de vivir en una determinada urbanización, y aún de
encontrar pareja, se hicieron cada vez más restringidas. Los llamados
“clústeres bajos” (por ejemplo, el D5 y el V3), quedaron paulatinamente
confinados a las barriadas periféricas de las ciudades y destinados a los
trabajos más penosos. Por supuesto, surgieron movimientos políticos y
filosóficos de firme oposición a un sistema de castas que recuerda la distopía
del Mundo Feliz de Huxley, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. En
último término, es casi imposible que un varón D5 llegue a conocer en persona a
una mujer G1, ya que se mueven en ambientes muy diferentes. En la mayoría de
los colegios privados ya sólo se aceptan alumnos de determinadas clases (salvo,
por supuesto, que haya un cuantioso cheque por medio), y en los clubes y
lugares de ocio también se fueron imponiendo limitaciones. Si por casualidad
surgiese un vínculo romántico entre dos individuos tan dispares, tendría que sobrevivir
a toda la oposición de la familia de la persona perteneciente al “clúster
alto”.
Los individuos incluidos en los
grupos más desfavorecidos (y que conseguían el suficiente dinero) reaccionaron
acudiendo a la cirugía estética, que experimentó un avance rápido y paralelo a
los sistemas de reconocimiento facial. No se hacían milagros, sólo se podía
transformar el rostro de un “clúster bajo” para encajarlo en un “clúster alto”
si había una posibilidad técnica, y la mayoría de las veces no era factible
cumplir por completo la expectativa del cliente, pero casi siempre se
podía ofrecer una mejora cualitativa. Con el tiempo se hizo prácticamente
imposible distinguir quien se había operado de quien no, y esto explica el porqué de la petición de las fotografías de juventud de mi pareja que, por otra
parte, también podían potencialmente ser creadas o modificadas por poderosos
programas informáticos. Mi ventaja es tener un sobrino internacionalmente reconocido
como genio de la informática.
-Te voy a mandar unas fotos para que
analices si son auténticas o están modificadas.
Recibí la respuesta en un par de
días.
-Ya está. ¿Quieres que te lo diga?
Reflexioné un instante.
-No, prefiero que me mandes un correo
con el informe de los resultados.
Y aquí estoy yo, ahora, frente a ese
correo electrónico dudando si abrirlo o no. Si ella ha sido sincera, todo
seguirá igual, salvo que yo habría manifestado desconfianza, algo que no puede ser considerado banal y que podría pesar en contra de nuestra relación. Si ella ha mentido
o hecho trampa, me llevaría un disgusto, pero no me sentiría capaz de dejarla
por ello. Al fin y al cabo, la quiero y a ella no le importó iniciar una
relación con un “inclasificable", algo excepcional y muy valioso para mí. Aunque, bien pensado, quizás ahí resida la causa de que yo haya actuado de una forma que cualquiera podría considerar estúpida. Para ella es sencillo obrar con generosidad desde su situación de superioridad social, pero quizás yo me sienta inseguro y en el fondo esté deseando que ella no sea realmente una G1... En cualquier caso, nada tengo que ganar mirando el análisis de mi
sobrino, así que el dilema se reduce a si eliminar o mantener el mensaje en la
bandeja de entrada. La primera opción me permitiría decirle con sinceridad que
no he analizado sus fotos, demostrando una completa confianza en ella, la segunda me daría la posibilidad de consultar el
informe llegado el caso. Me decido, y le doy al botón…
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