Te lo dije, papá, te lo dije.

 



El fútbol fue mi primera inmersión en la edad adulta. Siendo seguidor de un equipo que pretende ser alternativa a los dos hiperpastones de la Liga española, me enfrenté una y otra vez a la frustración de ver como mi Atlético era perjudicado por los árbitros cuando jugaba contra los poderosos (no en todos los partidos, evidentemente, pero sí en muchas ocasiones). El sentimiento de ser víctima de una injusticia no es natural para un niño, así que acudía a la figura paterna en busca de una explicación; pero mi padre (hincha de uno de los dos hiperpastones) siempre me contestaba con una frase prefabricada: “hijo, los árbitros son humanos y se equivocan, unas veces te dan y otras te quitan”. Este argumento era el mismo que proclamaban los periodistas de la radio y televisión ante un penalty en el último minuto o un gol en fuera de juego escandaloso. Confiado en la honestidad de los adultos, esperé en vano que (siendo el azar el factor decisivo) el error cayese de parte de mi equipo. Nunca sucedió. Así, el fútbol fue mi primera aproximación a la estadística: si un experimento tiene dos posibles resultados (equivocación para un equipo o para el contrario) y cada uno un 50% de probabilidades de ocurrir, cuando el 90% de las veces se decanta para el mismo lado debe haber una explicación diferente al azar. Expuse este hallazgo (de forma menos elaborada, justo es reconocerlo) ante la autoridad paterna para encontrarme con un contraataque que habría de escuchar muchas otras veces a lo largo de los años: “es lógico que a los equipos que atacan les piten más penalties”. Pero, claro, el problema no es que a los hiperpastones les piten más penalties, es que lo hagan de forma injusta. Aprendí entonces varios hechos muy importantes para enfrentarme a la vida: la injusticia existe, está institucionalizada y la mayoría de la gente la acepta e incluso la defiende por conveniencia. Comprendí que situarse del lado de los poderosos aligera el camino y que esto es, al fin y al cabo, lo que decide la mayoría de las personas, entre ellas los árbitros. Yo me decanté de forma consciente por la rebeldía y situé para siempre a los trencillas entre los lacayos de los poderosos (con el tiempo descubrí que no son los únicos). Mucho más tarde, saludé con esperanza la llegada del VAR al fútbol de competición. Presumí que esto reduciría de forma drástica las injusticias, y creo sinceramente que las más desvergonzadas han desparecido para siempre, pero me encontré con que los árbitros todavía conservan margen de servilismo, las “jugadas grises”: ese penalty que se puede o no pitar, esa tarjeta que se puede o no sacar, etc.

Reconozco que me sorprendió la reciente noticia que prueba la compra de un dirigente arbitral por uno de los dos hiperpastones. No porque crea que los árbitros son incorruptibles (los habrá que sí y los habrá que no), sino porque lo juzgaba innecesario. La influencia de los poderosos se puede ejercer a través de los organismos que rigen el fútbol español, en forma de designación para partidos importantes (clásicos, finales de Copa), participación en torneos bien remunerados (Supercopa), ascensos y descensos… Y también a través de la prensa, otro felpudo de los hiperpastones. Una equivocación en contra de uno de ellos tiene una repercusión negativa mucho mayor para el trencilla que un error en contra del Osasuna. Dado que esto lo sabe todo el mundo, la única razón que explica el comportamiento del Barcelona es el miedo (que al mismo tiempo es reconocimiento de la situación corrupta del fútbol) a que su rival resulte más favorecido que él mismo. Nada ha cambiado, salvo que ahora todo el mundo puede ver al emperador caminando desnudo por la calle. La marquesa de Merteuil de las Amistades Peligrosas no hace nada diferente a lo que siempre hizo, pero ahora todo el mundo lo sabe y tendrá que escuchar los abucheos en la ópera.

Coda:

Anticipo el contra-argumento de algún amigo que figura entre las huestes de los hiperpastones: el Atlético ganó dos ligas con decisiones arbitrales injustas a su favor.

-Jugada 1. El penalty de Militao contra el Sevilla: https://www.youtube.com/watch?v=t4jGSG8eYIA

Lo que decía la regla sobre las manos en el área en el año 2021:

*Será infracción cuando toque el balón con su mano/brazo cuando ha agrandado su cuerpo de forma no natural.

*Será infracción cuando la mano/brazo está por encima/más allá del nivel de los hombros (a menos que el jugador juegue deliberadamente el balón y luego toque su mano/brazo).

-Jugada 2. El gol anulado por fuera de juego a Messi en el Barcelona-Atlético que decidía la Liga 2014. https://www.youtube.com/watch?v=Ik7X_yyI4Wg

Lo que dice la regla sobre las situaciones que anulan la posición en fuera de juego:

*Se considerará que un jugador en posición de fuera de juego no ha sacado ventaja de dicha posición cuando reciba el balón de un adversario que juega voluntariamente el balón, con la excepción de una 'salvada' por parte de un adversario", continúa la norma. Y la IFAB establece como 'salvada', "una acción de un jugador cuyo fin es detener o desviar el balón o intentarlo, cuando este va en dirección a la portería o muy cerca de ella con cualquier parte del cuerpo excepto con las manos o los brazos (a menos que el guardameta esté en su propia área de penal).

Es evidente que en la jugada 1 Militao tiene el brazo completamente extendido y que en la jugada 2, el balón le llega a Messi desde Juanfran, pero sin que éste quieta jugar “voluntariamente” la pelota.

Pero pongamos que ambas jugadas son “grises” y que dependen de la interpretación del árbitro (si la posición del brazo de Militao es antinatural o si el jugador del Atlético juega el balón de forma intencionada). El escándalo, desde el punto de vista de un hiperpastón, no reside en que le hayan robado el partido, sino que el trencilla, contraviniendo lo que está tácitamente aceptado, no haya tomado una decisión a su favor. Por lo tanto, sigo esperando a que mi equipo recupere los robos sufridos a lo largo de los años (entre otros, una final de la Champions League). 

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