En cualquier fiesta…

 

No recuerdo exactamente cómo y cuando lo conocí. Pero sí que fue cuando los dos empezamos la carrera de medicina…en la facultad o en cualquier fiesta, qué más da. Creo que a los 18 años todos éramos parecidos, queríamos divertirnos, salir con chicas y todavía no pensábamos seriamente en el futuro, estudiábamos para aprobar. Las diferencias se acentúan con la edad, con la manera en cómo lo que cada persona ha vivido (relaciones, hijos, trabajos o desgracias) determina su ánimo, preferencias o valores. Y el tiempo acentuó nuestras diferencias sin hacer mella en el mutuo afecto y respeto. Nunca cruzamos una línea roja. Miro hacia atrás y puedo reconocer en él rasgos que me agradaban (su natural alegría, su sociabilidad, su curiosidad por aprender, la bondad…) y también otros que me irritaban. Nunca compartí con él su inclinación por eso que llaman “la estética del perdedor”. Él encontraba algo admirable en personajes literarios o cinematográficos que hacían poco por escapar de un destino funesto, o que eran directamente autodestructivos. Seguramente por eso fui capaz (no creo haberle hecho un gran favor) de convencerlo para cambiarse del Real al Atlético de Madrid. Claro que, con 18 años, nadie se preocupa de hacer lo más conveniente para alcanzar la longevidad…eso es algo que nos alcanza en la madurez. Y también me enojaba entonces adivinar que desperdiciaba su talento. Era inteligente, culto, tenía buena memoria, se expresaba con brillantez y claridad, era capaz de analizar situaciones complejas…pero no de hacer un esfuerzo con la vista puesta en el horizonte. Le gustaba vivir al día, quizás porque era una persona clarividente y había asumido que la vida es una comedia absurda, que cualquier vida lo es si se examina desde una distancia prudente. Ser conscientes de eso, nos hizo compartir un sentido del humor negro, sarcástico, inaceptable para la corriente actual. Aunque yo tomé un camino distinto, hoy sé que su actitud no es criticable, que cada uno “elige” (no es momento para discutir sobre el libre albedrío) una forma de vida, y que ninguna es necesariamente mejor que otra. Además, ¿quién soy yo para juzgar a alguien que creció sin el cariño de sus padres? ¿Cómo hubiera sido mi propia vida en sus mismas circunstancias? ¿En base a qué podría pensar que yo lo hice mejor?

El tiempo pasó, ese ingrediente necesario para que se consolide una amistad que se nutre de experiencias compartidas, de interminables charlas, de momentos especiales. Estuvimos juntos en cumpleaños, bodas, en el nacimiento de mis hijos, en bautizos (fue un encantador padrino de mi hija), en nuestra corta y algo surrealista aventura política, en el nacimiento de su hija…Nunca faltó en los momentos en los que era imprescindible su presencia y nunca regateó su cariño y su apoyo. Incluso cuando yo me alejé para hacer la especialidad, mantuvimos la cercanía y nos veíamos cada vez que yo regresaba a mi casa familiar. Mi hermana Laura recuerda sus reiteradas llamadas al teléfono de mis padres durante mis viajes en coche: “¿ya llegó Luis?”. "Todavía no, Jose, todavía no. Ya te llamará al llegar". Las amistades verdaderas tienen esa característica diferencial, las ausencias son comas o, como mucho, puntos seguidos. Por supuesto que nos enfadamos alguna vez, seguramente más yo con él que él conmigo. Y lamento que un estúpido exceso de ego me haya impedido ser más comprensivo. También se aprende con la edad que insistir en “tener razón” es algo banal, o incluso contraproducente, en las relaciones personales.

Él ya era una persona diferente cuando llegó su enfermedad, ahora tenía la responsabilidad de un padre de familia y había aprendido a amar sin reservas. Yo estaba de viaje cuando me llamó por teléfono. Supe en el instante que era algo grave y le urgí a venir al hospital para que lo examinase un buen amigo. Las pruebas confirmaron las más funestas previsiones: el cáncer era inoperable y no mostraba características que lo hubieran hecho susceptible de uno de los nuevos tratamientos. Más aún, un déficit de plaquetas retrajo a los oncólogos de intentar un tratamiento agresivo. Supe desde el principio que iba a morir, pero no puedo evitar pensar que quizás debería haber sido más insistente en convencerle de correr el riesgo…Él confiaba en mí sin ninguna reserva y me pregunto si estuve a la altura, si agoté hasta la última posibilidad para estirar su vida algo más…creo que esa duda me acompañará para siempre. Imaginé, anticipé muchas veces cómo sería el final y qué debía hacer por él en ese momento, que intuí cercano en la cena de Navidad. Cuando me llamó para decirme que se encontraba muy mal, él todavía pensaba que yo podría sacarme un as de la manga para mejorar su situación, pero lo único que tenía para ofrecerle era alivio. Lo traje para mi hospital. Durante los últimos días tuvimos charlas íntimas que reservo para mí, pero sí puedo compartir un detalle que me emocionó. Él ya estaba postrado en la cama, incapaz de levantar la cabeza de la almohada y le pregunté si le apetecía ver jugar a Nadal. A pesar de que le gustaba el tenis, creo que accedió por mí. Le pidió a su mujer que pusiera el partido en el móvil, y ella se esmeró para colocarlo de forma que pudiera verlo sin moverse. Le preguntó “¿está bien así, Jose?”. Y él se apresuró a contradecirla: “ni hablar, no ves que así no lo puede ver bien Luis”? Me di cuenta del enorme cariño que sentía por mí y tuve que encerrarme a llorar en mi despacho.

Para mí fueron días de una emotividad extrema, de una gran tristeza punteada por momentos de felicidad al comprobar el enorme cariño que había generado en su familia y en amigos que vinieron de todas partes para despedirse. Ese fue su tesoro: la amistad. Y ese fue nuestro lazo a lo largo de los años, un sentido de la amistad que habíamos aprendido en los libros de Kipling y en las películas de John Ford. He visto morir a mucha gente y sé que poca tiene el privilegio de hacerlo rodeada de verdadero afecto.

Tuve que esperar unos meses desde su marcha para poder escribir estas líneas, que no hacen justicia a todo lo que pasamos juntos y que no son una despedida, porque algunas personas, pocas, formarán parte de mi vida para siempre. Echo mucho de menos su compañía y las llamadas de teléfono que invariablemente empezaban por “hola medicucho…”. Los queridos de los dioses mueren jóvenes. Hasta siempre, compa… seguro que nos vemos en cualquier fiesta. https://www.youtube.com/watch?v=CFvLN_le-Rc


 


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