Sólo acierto cuando me equivoco.

 

Acostumbro a mirar la historia de mis pacientes antes de entrar a verlos. Con detalle, desde los antecedentes, las pruebas realizadas, las visitas previas al hospital o centros de salud. Revisé cuidadosamente la historia del paciente de la 22-1, un varón de 72 años con numerosas comorbilidades y citas con diferentes especialidades. Sin embargo, el diagnóstico actual era claro, tenía una embolia pulmonar.  Cuando crucé la puerta de la habitación, pude observar a simple vista que estaba grave: una frecuencia respiratoria mayor de 30, uso de la musculatura respiratoria accesoria. La pregunté a la enfermera cuál era su tensión arterial sistólica…nueve, justita. Lo exploré, comprobé que necesitaba oxígeno al 35% para mantener una SaO2 del 90% y volví al ordenador para prescribir el tratamiento. Cuando vi el que había dejado el residente de guardia, lo maldije en silencio. Lo de siempre, un corticoide, broncodilatadores, antibióticos… ¡y no había ordenado la anticoagulación! Cambié el tratamiento y apunté el nombre del culpable de tamaña imprudencia para amonestarlo en cuanto tuviera oportunidad.

Al día siguiente, una enfermera me asaltó en el pasillo de la planta.

-Ayer se olvidó de ver al paciente de la 21-2.

-¿Cómo? Pero si fui a verlo…

-No, fue a ver al de la 22-1, el otro quedó sin atender. Me extrañó, porque un rato antes había ido el doctor López y usted cambió completamente el tratamiento…

Entonces comprendí mi error. Un escalofrío me recorrió la espalda y me apresuré a entrar en la 22-1. El paciente estaba sentado en la cama, tranquilo y rodeado de sus familiares. Sentí un alivio inmediato.

-¿Qué tal está?

-Mucho mejor, gracias a usted doctor.

Los familiares se mostraron afectuosos y agradecidos. Yo no supe qué decir. Al salir al pasillo me topé con el doctor López.

-¿Cómo coño supiste que ese paciente tenía una embolia? Y sin hacer ninguna prueba…

Me encogí de hombros y me escabullí con una disculpa absurda. Recordé entonces que había dejado sin ver al paciente de la 21-2 y me fui al ordenador a revisar la historia. Diagnóstico: embolia de pulmón. Me aseguré de que el paciente estaba estable, comenté a la familia que se recuperaría y le permití levantarse.

Al llegar a casa reflexioné sobre lo ocurrido. Soy una persona racional, así que dejé a un lado explicaciones sobrenaturales como intervención divina, fuerzas cósmicas o destinos prefijados y asumí que no era más que una casualidad. Me acordé entonces de que era el cumpleaños de una ex, una muy especial con la que nunca llegué a tener una “remisión completa”. Resolví enviarle un mensaje neutro.

-Espero que un día tan especial sea el principio del luminoso futuro que mereces.

Al enviarlo, me arrepentí. Era cursi a más no poder, pero decidí dejarlo correr, al fin y al cabo, había perdido el contacto con ella hacía tiempo, únicamente nos felicitábamos fechas espaciales. La respuesta llegó al cabo de un rato.

-¡No me lo puedo creer! ¡Te has acordado del día de nuestra primera cita!

Espantado, revisé la agenda. ¡Joder! No era su cumpleaños, lo había confundido con el de mi hermana Julia, que se llama igual… ¡Seré idiota! Pensé que lo mejor sería mandar un mensaje no comprometedor…

-Sí, me vino a la cabeza…espero que no te haya molestado.

-Claro que no. Yo también me acordé, pero no me atreví a decirte nada…

Me sentí confundido. Esto era lo último que me hubiera esperado. Reaccioné como pude.

-Bueno, la verdad es que me acuerdo bastante de ti, pero nunca quise darte la lata.

-Lo entiendo. Yo tampoco quise.

No vi otra opción que quedar con ella para tomar un café. Nos citamos para el fin de semana siguiente.

Pensé que todo eso era muy raro, yo no solía tener esos despistes. Me propuse tener más atención en lo venidero…pero al mismo tiempo agradecí la suerte de haberme equivocado.

Despejé mi cabeza de pensamientos extraños y me preparé para acudir a la cena que tenía con la directora de una compañía farmacéutica. Charlamos de todo un poco, de medicina, de nuestras vidas…en fin, lo típico. Durante el postre compartido, ella me interrumpió en lo que fuera que estaba diciendo.

-Perdona, pero tengo que decirte lo más importante. Preferí dejarlo para el final.

No me podía imaginar de qué se trataba. Ella sonrió y, traviesa, esperó unos segundos para mantener la expectación antes de continuar.

-Te confirmo que has conseguido la beca. El laboratorio va a financiar tu proyecto.

Me quedé completamente desconcertado, no tenía ni idea de qué me estaba hablando, pero entonces… !no podía ser! Había diseñado un estudio clínico hace unos meses, sí, pero lo había mandado a otro laboratorio…salvo que, claro, lo hubiera enviado a una dirección de correo equivocada…Ella se percató de mi asombro y volvió a sonreír.

-De verdad, puedes creerlo. No fue fácil, pero nos han autorizado el budget. Vamos a brindar por ello.

Yo solía ser una persona racional, pero al llegar a casa me acerqué al retrato de mi abuela, fallecida hacía unos años y quizás la persona con la que había tenido más afinidad en toda mi vida. Busqué en un cajón, saqué una vela y la dejé encendida frente al marco de plata.

Al acostarme me costó conciliar el sueño. Estaba trastornado. No entendía nada de lo ocurrido y, lo que es peor, no sabía bien cómo debería actuar a partir de ese extraño día. Si me empeñaba en seguir un comportamiento cartesiano, quizás perdería la oportunidad de obtener logros excepcionales, pero más insensato todavía sería equivocarse a propósito, las cosas no parecían funcionar así. Entonces razoné que no tenía motivo para cambiar mi comportamiento, mis errores involuntarios no tendrían consecuencias. Apagué la luz y me dormí pensando en mi abuela.


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