De cómo Morata pasó de villano a héroe.

 

Con total honradez: es cierto que Morata lucha lo indecible en los partidos, que es un buen capitán, que recupera balones, y me creo que es una persona adorable y que goza del aprecio de sus compañeros, pero, coño, a un delantero centro se le pide que marque goles. Marcó uno en el equipo más goleador de la historia de la Eurocopa. Por ello ha recibido críticas, algunas razonables y otras despiadadas y de mal gusto. Y su reacción ha sido la más habitual en estos tiempos, adquirir el estatus de víctima, el que adoptaron ilustres predecesoras como Rociíto o Begoña Sánchez. O el que luce el mismísimo Donald Trump como enseña electoral. ¿Y por qué alguien querría ser víctima? Porque una vez que es aceptada como tal, queda exenta de toda crítica, está a salvo.

Y así ha sido: en los últimos días han proliferado las columnas en los periódicos y los comentarios en la radio en defensa de Morata, ese hombre que tuvo la valentía de desnudarse públicamente, de mostrar su debilidad y sufrimiento. Como víctima, cualquier comentario crítico será a partir de ahora una crueldad, y más aún, reprochable, ya que se ha convertido en un héroe que ha sabido dejar a un lado la parte chunga de la masculinidad.

A lo largo de los últimos años he tenido ocasión de presenciar en persona alguna “autovictimización pública”. Recuerdo especialmente una ceremonia de despedida de residentes en mi hospital en la que la especialista invitada para el discurso (antigua residente), nos deleitó con una historia personal de superación, nos habló de cómo había sido capaz de sobreponerse al exceso de responsabilidad que supone ser médico, la carga de trabajo con las interminables noches de guardia… en fin, lo que todos estamos acostumbrados a leer o escuchar. Por supuesto, se ganó una ovación cerrada. Una ovación que hubiera merecido una residente que, sin estridencias, hubiese aceptado esa responsabilidad y asumido que la medicina no es un oficio funcionarial, que es un compromiso con el paciente, que no es una carga, sino la maravillosa oportunidad de hacer algo útil por quien está demandando tu ayuda y de justificarte ante ti mismo. Bien, pues yo me opongo a la tendencia actual de victimización. Las víctimas merecen comprensión y ayuda, pero no son el modelo a imitar. Todos aplaudimos a una persona que supera un problema, pero nos olvidamos de quienes (problemas en mayor o menor medida tenemos todos) lo hacen calladamente, sin pedir un trato o reconocimiento especiales.

Creo que esto tiene que ver con un fenómeno que siempre me llamó la atención: el lucimiento de los defectos. Hay personas que presumen de “una barriga que ha costado mucho dinero”, que mantienen que “correr es de cobardes”, que “trabajar es de pringados”… Ellos, por supuesto, son perfectamente conscientes de que son gordos o vagos, pero esperan (y consiguen) que declarar los defectos a los cuatro vientos obtenga simpatía e incluso unas risas de complicidad. ¿Y por qué ocurre esto?  

Hace un tiempo, una maravillosa mujer me dijo que todos tenemos algo que ocultar, algún rasgo físico o del carácter que nos gusta esconder de la mirada ajena. Muy cierto. Y argumentó que, por eso mismo, las personas que aparentan “perfección” resultan incómodas, incluso antipáticas o, en el extremo contrario, un tipo como Fernando Simón, responsable por su negligencia de enorme sufrimiento, cae bien a la gente. Los primeros nos enfrentan a aquello que no nos gusta de nosotros mismos, los segundos nos tranquilizan recordándonos que nadie es perfecto. Cuando nos topamos con alguien que presume de sus defectos, nos relajamos instintivamente. Nos está diciendo “no te preocupes, yo no te voy a juzgar y voy a pasar por alto tus debilidades”.

Volviendo a Morata, no estoy en disposición de ayudarlo, pero me disgusta la crueldad con la que ha sido tratado en muchas ocasiones (meterse con su familia es claramente una línea roja que sólo un descerebrado puede cruzar) y empatizo con su sufrimiento. Sin embargo, los hechos permanecen. El delantero centro de esta brillante selección sólo marcó un gol y erró unos cuantos disparos a puerta, pases y controles aparentemente sencillos. Palmadita en la espalda, pero los héroes son otros, los que lo hicieron bien gracias a su talento y esfuerzo. Esos son el modelo a seguir.


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