El nacionalismo es un erizo de afiladas púas.

En su ensayo de 1953 “El erizo y el zorro” el filósofo Isaiah Berlin, conocido fundamentalmente por sus reflexiones sobre la libertad, divide al mundo -sobre todo a pensadores y escritores- en dos categorías: los erizos y los zorros. La idea se le ocurrió a partir de un proverbio atribuido al poeta griego Arquíloco: «Mientras que el zorro sabe de muchas cosas, el erizo sabe mucho de una sola cosa». Brevemente, los erizos simplifican la complejidad del mundo y reúnen su diversidad en base a una única idea; podría verse como un prisma inverso que recogiese los diferentes colores y los agrupase en un haz de luz blanca. Los zorros, por otra parte, son incapaces de reducir el mundo a una sola idea y se mueven constantemente entre una inmensa variedad de conceptos y de experiencias (aprovecho este momento para declarar públicamente que soy un zorro). El extremo de un erizo sería el fanatismo y el escepticismo sería el final del camino de un zorro. Es evidente que los nacionalistas son eriz...